domingo, 15 de septiembre de 2013

Alberto Roldán "retrata" a José Míguez Bonino, por Leopodo Cervantes-Ortiz


'Teología encarnada’ de Míguez Bonino según los Roldán (II)

 “¿Es posible una ética político-cristiana que sea operativa en la esfera pública? […] ¿Cómo puede el cristianismo responder a las nuevas prácticas y concepciones de la vida política en el mundo moderno?” Alberto Roldán ‘retrata’ a Míguez Bonino
07 DE SEPTIEMBRE DE 2013
 
El temple y la seriedad teológica de este libro, hay que decirlo, exige al lector que no sólo se interese por el autor estudiado sino que verdaderamente advierta la importancia del mismo.

Y eso lo hace sin insistir todo el tiempo en ello, puesto que más bien los autores demuestran que aprendieron bien la lección de su maestro a la hora de emprender la tarea de evaluar una labor teológica tan consecuente. De esta manera,
los Roldán consiguen varias cosas al mismo tiempo: un retrato fiel de Míguez Bonino, considerando incluso aspectos autobiográficos, un resumen de las líneas dominantes de su pensamiento y, también, una proyección sobre la manera en que el autor de  Espacio para ser hombres  seguirá vigente en el ámbito latinoamericano, y no únicamente protestante.

Alberto, que es quien sintetiza la vida de Míguez, no se apoltrona en la contemplación de la personalidad de su admirado profesor y completa el impulso de relacionar la biografía con los frutos de ese trabajo teológico. Luego de presentar los aspectos biográficos acomete el análisis de los “ejes centrales” de esta teología y apunta sobre sus fuentes:

 Míguez Bonino apela no sólo al testimonio de las Escrituras, sino también a la tradición patrística, medieval, moderna y contemporánea sin dejar de tomar en cuenta lo mejor de la filosofía y la sociología para cada tema en cuestión. Fiel discípulo de Karl Barth (aunque no haya estudiado con él) se puede ver a Míguez Bonino con una Biblia en una mano y el diario en la otra. Sus exposiciones tienen siempre un tono pastoral y denotan un enorme esfuerzo por pensar la fe para cada momento de la historia. (p. 35)
Y en ese tono se mueve todo el tiempo al explorar los temas preponderantes de Míguez. El Reino de Dios, como paradigma central, “apareció recurrentemente en sus textos”, señala, y advierte que “la principal fuente para entender” lo que significó para él dicho tema es una ponencia presentada en diciembre de 1972, en la que Míguez buscó, según sus propias palabras, y en una época en que aún no se clarificaban bien sus coordenadas, “entender la presencia activa del reino en nuestra historia de tal modo que podamos adecuar a ella nuestro testimonio y acción”.

No era usual semejante valentía conceptual dentro del protestantismo latinoamericano, sobre todo a la hora de clarificar posturas ideológicas y espirituales ante las nuevas exigencias que se presentaron coyunturalmente a las comunidades. Tal realidad escatológica debía presidir absolutamente todo lo que hicieran las iglesias, aunque si bien, Míguez reconoció que el kairós no llegó a la manera en que se esperaba, las exigencias siguieron y siguen vigentes.

La Trinidad como criterio hermenéutico fue otro de los jalones metodológicos que presidieron el trabajo de Míguez, pues pudo distinguir enfáticamente la diferencia entre la creencia eclesial de la Trinidad divina y la “realidad ontológica y económica” de las personas trinitarias en la historia(p. 43).

Algo similar sucede con su visión sobre la iglesia y la unidad para la misión, un tema que lo apasionó y sobre el que también escribió páginas memorables.

A. Roldán comienza su análisis desde la manera en que Míguez evaluó el Concilio Vaticano II al participar en él como único observador protestante latinoamericano. Las preguntas incisivas que lanzó al concilio mismo en marcha y a sus resoluciones son una muestra más de su capacidad para concentrar problemáticas teológicas de gran alcance. Una de ellas, fuertemente crítica sobre el espíritu y la disposición renovadora del concilio, la cita Roldán  in extenso:  “Es posible cumplir tal programa sin tocar la rigidez formalista de cierta teología de escuela, sin modificar la despersonalización objetivista de una concepción puramente jurídica de la Iglesia sin conmover el control paralizante de la centralización curial, sin abrir la mentalidad antimoderna del clericalismo —para limitarnos sólo a las cosas más evidentes y superficiales? (p. 48). Con este mismo ímpetu se acerca a otras obras de Míguez en donde afloró su preocupación por el impacto de la unidad en la misión de la iglesia, como  Integración humana y unidad cristiana  (1969). En este sentido, su posición fue contundente: “Una Iglesia dividida en un mundo que busca la unidad es el más trágico contrasentido que pueda imaginarse” (p. 51). Más bien, la Iglesia ofrece un paradigma de unidad humana y debe ser un camino abierto “a la comunidad humana universal” (p. 52).

La ética política cristiana es el último gran tema que desarrolla A. Roldán con especial soltura, pues la atención prestada a este tópico tan controversial vuelve a manifestar cómo Míguez fue un pionero y practicante de las ideas que consolidó en sus textos.

Desde 1964, esbozó la idea de los “Fundamentos de la responsabilidad social de la Iglesia”, como se decía entonces. Un título muy parecido tenía un texto preparado para la primera reunión del movimiento Iglesia y Sociedad en América Latina (Lima, 1961) y que apareció aumentado en un libro colectivo es el testimonio de esta tendencia. A partir de los cuatro modelos que analiza allí intenta aplicar algunos principios para reformular dicha responsabilidad en términos bíblicos y cristológicos. Ellos son: la actuación de Dios en la historia para “crear una comunidad solidaria y responsable”, la creación divina de “un ser humano maduro, responsable y libre” y la operación de la encarnación en el mundo. No obstante lo cual, la falibilidad y precariedad de las decisiones eclesiales y de los creyentes por separado, obstaculiza en ocasiones la consecución de los planes divinos.

A. Roldán traza el desarrollo cronológico de esta temática en los libros de Míguez: desde
 Christians and marxists  (1976) hasta  Poder del Evangelio y poder político  (1999), pasando  La fe en busca de eficacia  (1977) y  Toward a Christian political ethics  (1983). El primero de ellos fue resultado de unas conferencias expuestas en 1974, en Londres, gracias a la invitación de John Stott y Langham Trust. En todos ellos, Míguez habla como un cristiano comprometido con su tiempo que abre los ojos a la realidad y desea dialogar con las corrientes que dieron cauce a profundas transformaciones sociales, como el marxismo, pero sin abandonar jamás el horizonte evangélico. Las alianzas estratégicas, decía, no deberían ahogar la aportación específicamente cristiana al cambio social. De ahí sus nuevas y acuciantes preguntas en el libro de 1983: “¿Es posible una ética político-cristiana que sea operativa en la esfera pública? […] ¿Cómo puede el cristianismo responder a las nuevas prácticas y concepciones de la vida política en el mundo moderno?” (pp. 67-68).

Nunca abandonaría, al calor de estas preocupaciones urgentes, el sentido evangélico de la justicia, pues su teología que siempre buscó encarnar el Evangelio ante las realidades humanas más sentidas, quiso ser eso precisamente, una encarnación de su impacto para beneficio de las personas.

Para eso, concluye A. Roldán, fue y es preciso que se encarnaran el Logos, la Iglesia y la propia teología mediante procesos muchas veces dolorosos, pero ineludibles. Es un búsqueda de pertinencia y eficacia a como dé lugar.

Esta cita de Míguez sobre la comunidad cristiana, procedente del citado texto de 1964 (hace casi 50 años), bien puede servir para confirmar el análisis:

 […] ni la Iglesia como comunidad, y menos aún el cristiano individualmente son infalibles. Muy por el contrario, todas ellas están infiltradas de la precariedad y el error de todas las decisiones humanas. Pero no por ello estamos justificados en eludirlas o postergarlas. Jesucristo, el Señor, no interrumpe su acción en el mundo. El testigo de Jesucristo no puede demorar la suya, que no es, en suma, sino el esfuerzo atrevido de la fe por estar en cada momento con su Señor allí afuera, donde Él libra sus batallas en medio de las vicisitudes de la historia humana. (pp. 77-78)

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martes, 3 de septiembre de 2013

El Apocalipsis en arresto domiciliario- Carlos Monsiváis







Bienaventurado el que lee, y más bienaventurado el que no se estremece ante la cimitarra de la economía, que veda el acceso al dudoso paraíso de libros y revistas, en estos años de ira, de monstruos que ascienden desde el mar, de blasfemias que descienden para cercenar el tartamudeo, y de dragones a quienes seres caritativos filman y graban el día entero para que nadie se llame a pánico y se les considere criaturas mecánicas y no anticipos del feroz exterminio.
Y digo lo que miré el primer día del milenio tercero de nuestra era. El que tiene oíd, oiga, y el que no se ahogue en lascivias, en concupiscencias en embriagueces, en glotonerías, en banquetes, y en otros abominables placeres deleitosos.
Y vi una puerta abierta, y entré, y escuché sonidos arcangélicos, como los que manaron del sínodo muzak el día del anuncio del Juicio Final, y vi la ciudad de México (que ya llegaba por un costado a Guadalajara, y por otro a Oaxaca) y no estaba alumbrada de gloria y de pavor, y sí era distinta desde luego, más populosa, con legiones columpiándose en el abismo de cada metro cuadrado, y video-clips que exhortaban a las parejas a la bendición demográfica de la esterilidad y al edén de los unigénitos, y un litro de agua costaba mil dólares, y se pagaba por meter la cabeza unos segundos en un estanque de oxígeno, y en las puertas de las estaciones del Metro se elegía por sorteo a quienes sí habrían de viajar (“No más de quince millones de personas por jornada”, decía uno de tantos letreros que son el cáliz de los incontinentes).
Y había retratos de la Bestia y de la Ramera, y el número era 666, pero comprendí que no estaban allí para espantar, sino con tal de promover series especiales (“Salude el día con sonrisa milenarista”), y busqué en vano las señales, los arcos celestes, los tronos que emitían relámpagos, los mares de vidrio, los animales tan poblados de ojos que parecían una sala de monitores, los libros de siete sellos… Sólo encontré los signos de plagas, muerte, llanto y hambre, pero no eran muy distintos a los anteriores, a los por mí vividos, más temibles porque recaían sobre más gente, pero hasta allí. Y había más protestas y más promesas, territorios liberados y territorios ocupados, más hartazgo y más resignación, pero hasta allí. Y a las frases cínicas las interrumpían las confesiones desgarradas, y las carcajadas obscenas se volvían sonrisitas tímidas, pero hasta allí.
Y me alarmé y pregunté: ¿qué ha sucedido, con profecías y prospectivas? ¿Dónde almacenáis el lloro y el crujir de dientes, y los leones con voz de trueno que esparcen víctimas como si fueran volantes, y el sol negro como un saco de cilio, y la luna toda como sangre, y las estrellas caídas sobre la tierra? ¿Dónde se encuentran? ¡No pretendáis escamotearme el apocalipsis, he venido en valle de sombra de agonía aguardando la revancha suprema de los justos, hice minuciosamente el bien con tal de ver a los fazedores del mal reprendidos a fuerza de fuego y tridentes y cesación del rostro de Dios!
Y quienes me oyeron, porque de oídos no carecían, se extrañaron de mi amarga verbosidad. Y doce ancianos, ya próximos todos a los treinta años de edad, debatieron entre sí, y uno se acercó y con voz de trueno que murmura me advirtió: “¡Hombre de demasiada fe! ¿Qué aguardas que no hayas ya vivido? La esencia de los vaticinios es la consolación por el fraude: el envío de los problemas del momento a la tierra sin fondo del tiempo distante. Observa sin aspavientos el futuro: es tu presente sin intermediaciones del autoengaño.” – ¡Pero eso no es posible!, grité. Si el gran mérito de las épocas que vienen es su falta de misericordia. Gracias a eso uno se consuela de no habitar en ellas, y se despreocupa por el promedio de vida en la Edad del Ozono Sepulturero.
-Has descrito sin proponértelo otra estrategia de la piedad de Dios que ni empieza ni acaba –me respondió el patriarca de la tribu que bien podría tener treinta y dos años-. Los mortales se sublevarían de no creer en su trasfondo que lo venidero es siempre peor, y tal vez lo sea, pero quien alcanza a lo que veía como el lejano porvenir, entiende que no es el más terrible, porque él sigue vivo, y lo intolerable es lo próximo, cuando él dejará de estarlo. Y así hasta la decapitación de los tiempos.
Y en ese instante vi al apocalipsis cara a cara. Y comprendí que el santo temor al Juicio Final radica en la intuición demoníaca: uno ya no estará para presenciarlo. Y vi de reojo a la Bestia con siete cabezas y diez cuernos, y entre sus cuernos diez diademas, y sobre las cabezas de ella nombre de blasfemia. Y la gente le aplaudía y le tomaba fotos y videos, y grababa sus declaraciones exclusivas, mientras, con claridad que había de tornarse bruma dolora, llega a mí el conocimiento postrero: la pesadilla más atroz es la que no excluye definitivamente.

De Carlos Monsiváis: Los rituales del caos.
Ilustraciones: El Juicio Final, por Miguel Ángel y foto de Carlos Monsiváis.

Dedicado a mi gran amigo, el poeta y teólogo mexicano Leopoldo Cervantes-Ortiz, autor de Identidad, literatura y cultura: una antología particular (2012), donde recopila varios textos del gran escritor y ensayista mexicano, que nunca ocultó su origen protestante y, más precisamente, metodista y que fue un tenaz luchador por la igualdad en todos los órdenes. 

domingo, 1 de septiembre de 2013

La "teología encarnada" de Míguez Bonino - Por Leopoldo Cervantes-Ortiz

Domingo 01 DE SEPTIEMBRE
SUPLEMENTO DOMINICAL DE PROTESTANTE DIGITAL
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‘Teología encarnada’ de Míguez Bonino según los Roldán (I)

Los Roldán emprendieron con conocimiento de causa este empeño, pues ambos fueron sus discípulos directos en el Isedet. 
31 DE AGOSTO DE 2013
 
A un año justo de la muerte del eminente teólogo metodista argentino, Alberto F. y David Roldán han publicado un libro que rinde homenaje y analiza su obra, José Míguez Bonino: una teología encarnada (Buenos Aires, Sagepe Editores).

Nunca más pertinente un volumen como éste que, de manera breve y concisa, pero con singular entusiasmo y pasión, resume en líneas muy firmes la trayectoria intelectual y espiritual de uno de los pensadores protestantes más reconocidos, quien también participó en la defensa de los derechos humanos en los años más difíciles de la dictadura militares en su país y, después, en la Asamblea Constituyente que redactó una nueva Constitución, además de desarrollar una fecunda labor dentro del movimiento ecuménico, que lo llevó a ser uno de los presidentes del Consejo Mundial de Iglesias y el único representante protestante en el Concilio Vaticano II, sin olvidar su intensa carrera como pastor y profesor en el ahora Instituto Universitario Isedet.

Ha sido muy fuerte la tentación de tomar fragmentos o citas de la muy dilatada obra de Míguez Bonino para presidir este texto, pero dada la importancia del volumen que nos ocupa, nos concentraremos en él, aunque sin dejar de mencionar que en estos días comenzamos un curso introductorio a la teología del autor de
 La fe en busca de eficacia,  acaso su libro más recordado y difundido.

Los Roldán emprendieron con conocimiento de causa este empeño, pues ambos fueron sus discípulos directos en el Isedet, lo que hace de sus textos una introducción sumamente confiable para quienes se acerquen por primera vez (o no) al autor en cuestión.

La curiosa circunstancia de que padre e hijo, como en este caso, trabajaran juntos o se dedicasen a la misma disciplina, no es tan extraña como parecería, pues en el ambiente evangélico latinoamericano hay varios ejemplos: Sergio y Reinerio Arce, Adolfo y Carlos E. Ham (en Cuba), Benjamín y Nancy Bedford (en Argentina), José David Rodríguez I y II (Puerto Rico), además de Raquel, y el propio Míguez Bonino y su hijo Néstor. Eso habla de la manera eficaz en que los primeramente mencionados supieron despertar el interés por continuar en los caminos de la reflexión teológica.

Alberto F. es autor de varios libros, los más recientes,
 Reino, política y misión  y  Te busca y te nombra. Dios en la narrativa argentina  (los dos de 2011). David ha dado a conocer en estos días  Teología contemporánea de la misión. Reflexión crítica,  su primera producción.

El prólogo del profesor Osvaldo L. Mottesi ubica, cronológica y emocionalmente, el contexto del que surgió la escritura del libro, [i]  pues describe los aspectos básicos que los lectores/as encontrarán en los dos documentos recogidos por los autores.

Mottesi destaca el carácter “preguntón” y el “wesleyanismo radical” de Míguez Bonino, y lo define como un teólogo “orgánico” y “contextual”, con justa razón. Da sus razones enfáticamente y suscribe plenamente lo que ambos Roldán expresan. Sobre la vida del teólogo estudiado, dice que “se resume y expresa con nitidez meridiana” en el citado título: “La fe en busca de eficacia”. Agrega que, en su trato personal con Míguez, pudo constatar su “estilo trinitario”, esto es, la conjugación de humildad, humanidad y amor que practicaba.

Mottesi concuerda con las conclusiones de A. Roldán sobre el método y la producción teológica de Míguez, tomando como base sus observaciones en el Concilio Vaticano II:

 Otro aspecto característico de la teología de José Míguez Bonino es su naturaleza interrogativa antes que asertiva. En muchos de sus artículos y libros abunda en interrogaciones, en indagaciones. Como en el caso de Concilio abierto, cuyo contenido, en gran parte está constituido por preguntas que formula sobre el Concilio Vaticano II. Este evento le suscita preguntas conducentes a intentar definir en qué consistió dicho Concilio, qué nuevas perspectivas abre a la Iglesia católica romana y qué desafíos implica para los evangélicos. En este sentido, se puede decir que José Míguez Bonino es molesto como un tábano que cuestiona y pone en entredicho muchas posiciones tanto teológicas como ideológicas que campean en el ámbito protestante y evangélico (pp. 7-8 y 74, subrayado original).

Una cita de D. Roldán es particularmente útil para percibir el abordaje que predomina en el libro:
Mi tesis en este capítulo es la siguiente: la obra de Míguez Bonino sostiene una teología que busca la integración entre la “interioridad ahistórica” y la exterioridad histórico-social del testimonio cristiano. Dicha integración se obtiene por varios movimientos: la reivindicación de cierto historicismo, la “ruptura epistemológica” que supone la inclusión de un “instrumental” concreto de análisis de lo histórico social en la elaboración teológica (el marxismo crítico), como mediaciones teórico-prácticas para “la dialéctica de la obediencia” de la fe y la teología del pacto. Como correctivo de una teología política anodina en cuanto a la concreción de un proyecto histórico, el teólogo argentino postula la necesidad de identificar un proyecto histórico concreto en el cual la fe cristiana se plasme en la historia, como interrelación entre utopía y redención (pp. 9-10 y 95).

Dividido en tres partes, los textos de cada autor y una entrevista con que finaliza el de D. Roldán, el volumen le hace justicia al talante de la teología de Míguez, siempre en diálogo con la tradición protestante y más allá de ella.

Las citas evidencian la seriedad del análisis, pues combina, en el caso de Alberto F., la búsqueda de las raíces vitales de esta teología, junto con sus temas centrales. Ese primer texto, parte de un curso sobre teólogos protestantes latinoamericanos, expone los lineamientos generales del pensamiento de Míguez a partir de cuatro ejes: la presencia del Reino de Dios en la historia, la Trinidad como criterio hermenéutico, la unidad de la Iglesia para la misión y la ética política cristiana. El de David presenta el trasfondo filosófico, las opciones metodológicas y la caracterización y crítica del cristianismo burgués de la interioridad y la exterioridad como dimensiones antropológicas.

Reconociendo su deuda, escribe A.F. Roldán en la presentación: “Con José Míguez Bonino aprendimos a ‘hacer teología’ desde una situación concreta: América Latina. A partir de sus textos y, sobre todo de sus diálogos, nos dimos cuenta de que la teología tiene algo que decir al aquí y al ahora de la Iglesia y del mundo” (p. 23). Ya en el ensayo propiamente dicho, subraya que Míguez influyó en varias generaciones de teólogos/as latinoamericanos y comienza con una semblanza vital que abarca desde su nacimiento, en 1924, hasta su muerte en 2012, basándose especialmente en el texto autobiográfico incluido en  El silbo ecuménico del Espíritu,  libro de homenaje por sus 80 años publicado en 2004. En ese recuento llama la atención la amplitud de miras con que asumió el compromiso ecuménico en una época en la que desde muchos espacios evangélicos era muy mal visto. A continuación, abordará los ejes centrales de su teología para concluir, precisamente, con que estamos ante una verdadera “teología encarnada”.
 

 
   [i] O.L. Mottesi, “Nostalgias y algo más, celebrando a un maestro”. Puede leerse íntegro en:  www.redristianaradical.org/uploads/3/2/3/2/3232275/nostalgias_y_algo_mas_celebrando_a_un_maestro.pdf.  Aquí se cita la versión final que aparece en el libro.