sábado, 26 de julio de 2014

EDUCACIÓN PARA LA PAZ




 

 

La educación para la paz exige un claro pronunciamiento en contra de la guerra y la pedagogía de la muerte. Hablando de su contrario, o sea “la pedagogía de la paz”, el propio Ricoeur apunta a desarrollar una labor de denuncia y de distensión. En plena guerra fría, el pensador francés advertía sobre el peligro del “imperialismo” y, sobre todo, el espíritu de cruzada que alentaba el armamentismo norteamericano. “Tan pronto como un pueblo se cree globalmente depositario de los valores de la civilización, esta estima colectiva de sí mismo desemboca en una representación fantástica del adversario como el mundo de las tinieblas.”[1] Se trata, como dice Ricoeur, de una visión maniquea, que considera que fuera de su ámbito del Bien, impera el Mal que, en aquel tiempo era la URSS y ahora es “el mundo árabe.” El espíritu de cruzada norteamericano es fruto de la impronta que dejaron ideas tales como el Manifest Destiny que considera a los Estados Unidos como una especie de “Israel redivivo” o, directamente: The Kingdom of God in America.[2] En síntesis: no hay pedagogía de la paz si no existe, primero, un claro pronunciamiento y una toma de posición en contra de ideologías que legitiman la guerra en cualquiera de sus formas. En este sentido, es oportuno analizar críticamente propuestas como la de Samuel Huntington y El choque de civilización y la reconfiguración del orden mundial[3] Al analizar sus propuestas, Santiago Kovadloff dice, con respecto a la cuestión inmigratoria, (hoy, un tema candente en los Estados Unidos y los proyectos de ley en contra de los hispanos “ilegales”) señalando que, a pesar de que Hungtington no se expide al respecto: “poco cuesta inferir que, para él [Hungtington] los inmigrantes, con su babel de procedencias, hábitos y lenguas, integrarían la masa más nutridas de los exponentes de ese riesgo interno que a toda costa debiera ser neutralizado.”[4] Toda pedagogía y educación para la paz debe partir de una crítica severa a las tendencias armamentistas y promotoras de las guerras –hoy bautizadas con el extraño nombre de “preventivas”- que no hacen más que confirmar que, como toda guerra, se trata de la imposición de la supremacía no de las ideas sino de la fuerza aniquiladora de quienes piensan de modo diferente.

 

 Alberto F. Roldan
Sydney, 27 de julio de 2014
 
Extracto de mi tesis Ética en la praxis educativa desde la hermenéutica de Paul Ricoeur. Tesis de maestría en educación, Universidad del Salvador, Buenos Aires, 2013.



[1] Ricoeur, Ética y cultura, p. 91.
[2] Tomo esta expresión citando simplemente la obra del gran teólogo H. Richard Niebuhr, cuya obra, The Kingdom of God in America, Hamden, Conneticut, 1956, que plantea cómo las ideas teológicas moldearon el ethos norteamericano hasta concebir a los Estados Unidos de América en el Reino de Dios sobre la tierra. Recientemente se ha publicado en castellano la obra de Richard T. Hughes, Mitos de los Estados Unidos de América, Grand Rapids: Libros Desafío, 2005, donde el autor plantea cómo influyeron mitos tales como “nación escogida”, “nación cristiana”, “nación inocente” y “el destino manifiesto” en la conformación de los Estados Unidos para llegar a ser hoy, un imperio de alcances mundiales y expansión permanente.
[3] Samuel P. Huntington, El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, Buenos Aires: Piados, 1997.
[4] Santiago Kovadloff, Sentido y riesgo de la vida cotidiana, Buenos Aires: Emecé, 1998, pp. 58-59.

martes, 15 de julio de 2014

LA INCREDULIDAD ABSOLUTA SEGÚN JUAN CARLOS ONETTI




Juan Carlos Onetti, escritor uruguayo, nacido en Montevideo el 1 de julio de 1909 y fallecido en Madrid, el 30 de mayo de 1994. Gran narrador de historias breves en las que revela la inolcultable influencia de William Faulkner. Esta vez, sólo quiero transcribir lo que dice la voz narradora en su relato “El pozo” sobre la incredulidad.

“-Incrédulo- le hubiera dicho el enfermero si el enfermero fuera capaz de comprender-. Incrédulo –me estuve repitiendo aquella noche, a solas. Esto es; exactamente incrédulo, de una incredulidad que ha ido segregando él mismo, por la atroz resolución de no mentirse. Y dentro de la incredulidad, una desesperación contenida sin esfuerzo, limitada, espontáneamente, con pureza, a la causa que la hizo nacer y la alimenta, una desesperación a la que está ya acostumbrado, que conoce de memoria. No es que crea imposible curarse, sino que no cree en el valor, en la trascendencia de curarse.”  (Juan Carlos Onetti, “El pozo” en Novelas breves, Buenos Aires: Eterna Cadencia 2012, p. 51).

Difícil describir con tanta profundidad la incredulidad en la vida de una persona. Una incredulidad, pura, no mezclada, absoluta, que la persona va segregando diaria, pacientemente. Y que deriva en no querer siquiera ser curado. Como el personaje del evangelio de San Juan al que Jesús le pregunta: “¿Quieres ser sano?” (Jn. 5.6 ). Porque pareciera que el ser humano enfermo, se habitúa tanto a ese estado, que no quiera salir de él. Se acostumbra a la incredulidad y no quiere salir de ella.

 

Alberto F. Roldán

Sydney, 15 de julio de 2014