Otro de los rasgos
destacables de la personalidad de José Míguez Bonino fue su decidida
participación a favor de los derechos humanos conculcados por la dictadura
militar de los años 1970. Rescatamos su propio testimonio:
“en los años ´70
no había tiempo para dudas. Los “derechos humanos”, en términos directos, la
defensa de la vida humana, fue vista por muchos cristianos como el inexcusable
reclamo de amor. Por diferentes razones me había decidido a embarcarme ya antes
del golpe militar de 1976, junto con otras personas del mundo religioso, mayormente
judíos y cristianos, de la vida política, cultural y sindical, para crear la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos,
para defender y sostener la vida amenazada de nuestro pueblo. A diferencia de
la típica “neutralidad” con la que otras organizaciones procuraron evitar los
conflictos internos, algunos de nosotros insistiríamos en que, en la situación
en la cual todos estábamos expuestos, poniendo nuestras vidas en juego, todos
necesitábamos “confesar” y compartir las convicciones más profundas que nos
llevaban a estar allí. Como Declaración oficial para organizar nuestro trabajo
estaba la Declaración Universal de los Derechos Humanos y la Constitución
Nacional. Pero abierta y respetuosamente también expresábamos nuestras
motivaciones personales. En una noche particularmente crítica, cuado íbamos dejando
el edificio, no pude evitar decirle a un amigo, militante comunista: “Buenas
noches, don Jaime, que Dios lo bendiga.” Me miró algo confundido y luego, serio
y visiblemente conmovido, me dijo “Sí, José, que Dios nos bendiga.” ¡Sí, y siguió siendo un militante comunista! Hay
muchas historias como estas en esos años…” (José Míguez Bonino, “Notas
autobiográficas de un recorrido pastoral y teológico” en El silbo ecuménico del Espíritu. Homenaje a José Míguez Bonino en sus
80 años, Buenos Aires: Isedet, 2004, p. 433).
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