TE BUSCA Y TE NOMBRA: DIOS EN LA NARRATIVA
ARGENTINA
Una reseña no
literaria de un libro revelador
Osvaldo l.
Mottesi
Un buen amigo,
el Dr. Alberto Roldán, es uno de los escritores actuales más polifacéticos que
conozco en círculos cristianos. Teólogo por vocación y profesión, ha publicado
ya más de 25 títulos, la mayoría en un área tan interdisciplinaria como debe
ser toda buena teología orgánica, casada con la vida. Pero si investigamos en
su bibliografía, que lamentablemente Alberto difunde muy poco, encontramos
trabajos más que interesantes. Uno de los últimos, cuya copia autografiada me
regaló en ocasión de nuestro reciente encuentro de trabajo en La Habana, Cuba, es:
Te busca y te nombra. Dios en la narrativa argentina. Mar del Plata:
Editorial Pronombre, 2011, 189 págs.
El libro es una
joya en todas sus dimensiones. Para comenzar, es el primer tratado sobre la
materia –la teología, como búsqueda de Dios, en la literatura argentina. Aunque
como el mismo autor y su prologuista lo destacan, hay otros trabajos anteriores
sobre teología y literatura, pero no uno como éste dedicado exclusivamente a
los escritores de mi patria. El contenido, del cual solo haremos dos menciones
particulares, es uno de los análisis teológicos de literatura contemporánea más
lúcidos que he tenido el gusto de leer. El prólogo “Un itinerario espiritual de la literatura argentina” es una
presentación justa y rica en detalles de la pluma de Leopoldo Cervantes-Ortiz. La
calidad de la publicación, a cargo de Pronombre, una editorial joven, es otro logro
que invita, en esta época de pantallas electrónicas frías e impersonales, a
gozar lo que diría Mario Vargas Llosa: “me causa trabajo imaginar que las
tabletas electrónicas, idénticas, anodinas, intercambiables, funcionales a más
no poder, puedan despertar ese placer táctil preñado de sensualidad que
despiertan los libros de papel en ciertos lectores”[1].
En fin, Roldán y Pronombre nos han entregado una obra maestra para gozar
el “hedonismo escondido” en quienes
amamos la lectura.
Roldán ha
seleccionado lo mejor de la literatura argentina para su análisis. La
misma, que como toda selección carga la impronta de quien selecciona, es justa.
Y esto es su mayor logro. Para destacar lo realmente mejor, el autor se
ha preocupado y ocupado en considerar la producción de quienes, a pesar de su
valor, por razones muy disímiles han
sido y son ignorados o poco reconocidos. En esto, la labor de Roldán es reveladora,
de implícita pero clara denuncia profética y -a la vez- de rescate de lo que
las injusticias de la historia siempre producen: el ignorar genialidades
humanas, permitiendo el reinado de “doña mediocridad”, mientras en el decir cantor
de Enrique Santos Discépolo, “vemos llorar la Biblia junto a un calefón”.
Personalmente
amo la buena literatura, pero no me considero experto en este campo, particularmente
en el nivel del autor y el prologuista de la obra. ¡Zapatero, a tus zapatos! Por
eso, sin entrar a analizar lo ya analizado por Roldán, iré solo a dos casos
específicos que deseamos destacar, en cuanto a la mencionada labor reveladora y
de rescate del autor, nada más. Y lo hacemos como quien en la misma época y
contexto de los escritores en cuestión, se sintió también -en plena juventud- entre
los desplazados por los poderes de turno, primero como estudiante de
sociología, más tarde como pastor. Este sentido de identificación nos lleva a
compartir estas notas. Después de todo, tanto la teología como la literatura
son en buena parte biografía.
El
capítulo 1 se dedica a Héctor Alberto Álvarez, más conocido literariamente como
Héctor Álvarez Murena (1923-1975), de quien Roldán comienza afirmando: “fue una
especie de voz solitaria, acaso un profeta con poca repercusión para su época”.[2] Y
es verdad. Como inmediatamente lo explica y documenta el autor, a Murena lo
condenó al ostracismo la ignorante administración del poder de su época. La
influencia que Gino Germani ejerció en el ámbito de la Universidad de Buenos
Aires entre 1955 a 1966, cuando dirigía colecciones de libros de la editorial
de esa institución: EUDEBA, y difundía las corrientes funcionalistas de la
sociología, ignorando las voces de la sociología crítica en aquellos tiempos. Ocurre
que Murena era discípulo dilecto del gran Ezequiel Martínez Estrada,
simpatizante inicial de la revolución cubana, de la cual más tarde se desilusionó.
Posiblemente por eso Germani -según sus propias palabras- no había encontrado
literariamente en Martínez Estrada “nada rescatable”. [3]
Aparentemente
Martínez Estrada (1895-1964), el gran santafecino, profesor extraordinario de
universidades en Argentina y México, director
del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Casa de las Américas en La Habana,
Cuba (1960-62), escritor, poeta, ensayista, crítico literario y
biógrafo, con una
profusa y polifacética producción, quien recibió dos veces el Premio Nacional de Literatura, por su obra poética
en 1933 y por el ensayo "Radiografía de la Pampa" en 1937, quien
además fue honrado dos veces como presidente de la Sociedad
Argentina de Escritores (SADE) (1933-193 y 1942 a 1946), y presidente de la Liga
Argentina por los Derechos del Hombre
(1957), que también fue postulado por la misma
SADE al Premio Nobel de la Paz, no tenía “¡nada rescatable!” para ser publicado.
Con este epitafio el entonces influyente sociólogo metido a literato,
sepultó de una vez al maestro Estrada y a su brillante discípulo Murena. Roldán,
al comienzo de su análisis afirma, : “Murena nos interesa sobremanera por ser
-de algún modo- una voz silenciada en su tiempo, acaso porque era algo
disonante con las melodías culturales que se oían por entonces en los ámbitos
académicos de Buenos Aires”.[4]
El
capítulo 3 lo dedica Roldán a Leopoldo Marechal con el subtítulo: “De Adán
Buenosayres a El Banquete de Severo Arcángelo”. Y es aquí donde Roldán logra el
clímax de su tarea, muy cristiana por justa, de rescate. En su introducción “De la literatura a la
teología. Viaje de ida y vuelta”, explica el porqué de su escogencia: “…
analizo dos novelas de Leopoldo Marechal, uno de los más grandes poetas
porteños. Acaso se lo ignora en algunos ámbitos por haber cometido dos pecados,
uno ideológico: en 1948 adhirió al peronismo y otro religioso: en 1960 se asoció con la iglesia
evangélica”.[5] Ya
en el capítulo 3, el autor vuelve a reiterar “los dos pecados” de Marechal, “…
un dato poco conocido y menos difundido. En rigor, se trata de dos datos de la
vida de nuestro autor, uno, político, el otro, religioso. En lo político,
Leopoldo Marechal adhirió al peronismo, cosa impensable en los autores de la
época que, en su mayoría, militaron en filas contrarias a ese movimiento. El
segundo dato, el religioso, es que Leopoldo Marechal y su esposa se asociaron a
una iglesia evangélica Pentecostal ubicada en Ciudadela Norte”. [6] Roldán documenta este hecho
citando publicaciones, entre otras una del destacado historiador evangélico
argentino Arnoldo Canclini, a quien cita afirmando sobre Marechal: “Participó
del trabajo de la congregación, dando clases en la escuela dominical. A partir
de 1963 se dedicó a reuniones en su casa en la calle México (sic), en Buenos Aires. Mantuvo su fe
hasta su muerte en 1970”.[7]
En su mismo obra Canclini
al referirse a la muerte de Marechal destaca -como también lo cita Roldán- que
en la nota necrológica publicada por el diario argentino Clarín, periódico que
nunca se destacó por simpatías hacia las iglesias evangélicas, se publicó el
testimonio personal del gran escritor: “Dentro de mi obra se ve muy claramente
mi aceptación de Cristo como mi único y suficiente salvador y las palabras del
evangelio que leo contantemente y que propongo a todos mis amigos, hasta los
marxistas, como la única solución para re-solver los problemas humanos”.[8]
Desde que lo tuve por
primera vez en mis manos, este libro me impactó. Fue sin duda por su título. Alberto
lo descubrió en el momento de entregármelo y lo registra al dedicarlo con su
criptografía apurada: “Para mi amigo Osvaldo, un pensador orgánico que comparte
la misma pasión por la teología y el tango”. Por eso, una palabra sobre el
título del libro. Roldán me confesó en La Habana que le surgió de pronto, cuando
canturreaba un tango mientras conducía por esa jungla de tráfico que es Buenos
Aires. Pero mejor que nos lo cuente él mismo: “Una breve explicación del
título: Te busca y te nombra.
Obviamente, procede del inmortal tango Volver, de Carlos Gardel y Alfredo Le Pera, que data de 1934. El uso de esta
expresión obedece, por un lado a mi gran afición por el tango -soy porteño- y,
además, porque al fin y al cabo Dios busca a la persona humana y ésta busca a
Dios, aunque a veces lo haga “errante en la sombra”. [9]
Cierro este intento de
reseña no literaria con una expresión de gratitud a Alberto F. Roldán, por la
calidad de su trabajo. Este no sólo expresa su conocimiento vasto y profundo de
la literatura argentina y el “instinto teológico” que manifiesta en sus
análisis. Está también la calidad ética de la denuncia y el rescate. Es decir,
el “hacer justicia”, que según Miqueas, es conocer a
Dios. ¡Gracias Alberto!
[1] Mario
Vargas Llosa. La civilización del espectáculo. México: Alfaguara, 2012.
228 págs.
[2] Alberto Roldán, Op. cit., p. 39.
[3] Introducción a Héctor Murena. Visiones de
Babel. México: Fondo de Cultura Económica, 2008,
p.8, citado
en Alberto Roldán, Op. Cit., p.55.
[5]
Ibid. pp. 28-29. Quien
esto escribe nunca simpatizó con el peronismo. Tan sólo cree en la libertad
de
conciencia.
[7] Arnoldo
Canclini. 400 años de protestantismo evangélico. Buenos Aires:
FADEAC-FIET, 2004.
p. 450, citado en Alberto Roldán, Op. Cit.
p. 84.
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