Elena Poniatowska ha reunido sus entrevistas en varios
volúmenes que, con justicia, llevan el título de Todo México. Ahora,
encara a un evangelista de la ficción, Carlos Monsiváis, autor de Nuevo
catecismo para indios remisos, crónicas del virreinato light y
fábulas profano-religiosas que logran la feliz paradoja de ser “ferozmente
anacrónicas, como todo lo reciente”.
Para la Santa Curia, Carlos Monsiváis debe ser algo así
como la encarnación del demonio. “¡Vade retro Satanás!”, exclaman ante
la sola mención de su nombre y los creyentes se acusan en el confesionario de
la lectura de Por mi madre, bohemios como pecado mortal.
Hablo con Carlos de Dios, del Diablo y de su forma de
practicar la religión a raíz de su más reciente novedad literaria. El Nuevo
catecismo para indios remisos apareció en las librerías un poco antes de la
Navidad de 1996 y muchos lo compraron para llevárselo a misa de gallo, pero
luego, tan sólo con abrirlo en las páginas centrales, se dieron cuenta de que
era más apropiado para misas negras, aquelarres y halloweens en que el
invitado de honor es el macho cabrío, la damas presentes Cruela de Vil,
Morticia, la madrastra de Blancanieves, Hermelinda Linda y La Paca, y los
caballeros son Frankenstein, Drácula, El Tío Cosa y Roberto Madrazo Pintado,
que es el que más espanta y a quien Jesusa Rodríguez llama de cariño “El
Moretón”.
La primera edición del Nuevo catecismo para indios
remisos, con láminas de Francisco Toledo, la hizo Siglo XXI en 1982; la
segunda fue la Galería Arvil, y esta tercera, ilustrada y revisada, es una obra
maestra al cuidado de Vicente Rojo que publica Era. Niño catedrático, niño
sabelotodo, Monsiváis, antes que ratón de biblioteca (de la suya propia, que es
vastísima) fue un niño marcado profundamente por Martín Lutero y Juan Huss. La
religión que le inculcó su madre, doña Esther Monsiváis —a quien quise
muchísimo, fue el protestantismo. Aunque nadie como él está más lejos de ser un
fanático religioso.
¿Cuál fue tu catecismo de niño?
―De niño no tuve catecismo por no ser católica mi formación.
En todo caso, habré leído alguno de esos catecismos de la Historia Patria que
abundaban en las librerías de viejo. Seguramente leí resúmenes de Guillermo
Prieto, y en la secundaria intenté leer el de Roa Bárcena y fracasé. Ya en
preparatoria leí, no sin morbo, el del Padre Ripalda.
¿Por qué fracasaste en ese aprendizaje de los catecismos?
Porque disponía de un gran equivalente, que rehúye la idea
misma de catecismo, La Biblia, leída con cierta perseverancia desde que me
acuerdo. Y porque había leído novelas de la formación ejemplar, The
Pilgrim’s Progress (El progreso del peregrino), de John Bunyan, 87
muy
importante para mí. Pero exagero. Resumiendo, la Biblia fue la madre de todos
los catecismos para mí, y el antídoto.
¿Es cierto que para ti
saberte los versículos de la Biblia de memoria y recitarlos era un deporte?
No sé si exactamente un
deporte, pero sí desde luego un gimnasio de la memoria. Me acuerdo
perfectamente del terror cósmico que me invadió al leer en Tom Sawyer —estaría
en quinto o sexto de primaria—, el episodio donde uno de los niños de la Sunday
School se queda idiota luego de aprenderse cinco mil versículos de la Biblia.
¿No te hizo mucha gracia?
Sí, pero al mismo tiempo me
resultaba admonitorio.
¿Era entonces tu único
deporte?
No, nadaba y practicaba el
atletismo por motivos seguramente derivados de las mÁximas de Benjamin
Franklin. Pero la memorización me divertía, al ser un entrenamiento trasladable
al plano escolar. Aún retengo muchísimos versículos de memoria y eso, en mi
caso, es parte de la formación literaria; una parte estricta, porque la versión
de Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera es soberbia. El Nuevo catecismo viene
de allí directamente, toda proporción guardada.
Bueno, ¿cuál consideras el
mejor catecismo?
No se necesita mucha audacia
para descreer de los catecismos, Elena. Por eso nunca leí Categorías del
Materialismo Dialéctico de Martha Harnecker; por eso la idea de ―No hay más
ruta que la nuestra‖ siempre me pareció alucinante; por eso mi noción del
ridículo se concreta en panfletos tipo Carlos Cuauhtémoc Sánchez o en las
defensas a ultranza del mercado libre.
Háblame de tu libro.
Francisco Toledo, hombre de
curiosidad inagotable, descubrió en Oaxaca un Catecismo para indios remisos, es
decir, para indios renuentes a ―la verdadera religión‖, como se decía entonces.
Armando Colina y Víctor Acuña compraron un juego de grabados del siglo XVIII y
se lo dieron, y Toledo decidió trabajar estos temas religiosos, uniéndolos a su
mitología juchiteca y poniéndole como título Nuevo catecismo para indios
remisos. Me pidió nueve textos y acercándome a lo que creí el espíritu de los
grabados, los hice, pero luego ya absolutamente contaminado añadí tres textos,
y en una siguiente edición agregué otros diez. Y luego reescribí.
Oye Carlos, ¿y tú crees en
los milagros?
De una manera sentimental, sí.
Desde luego, me conmueven El milagro de Milán, la película de Vittorio de Sica,
o El milagro en la calle 34, sobre la gran tienda y el verdadero Santa Claus
que trabaja allí de ―Santaclós‖. Me conmueve de modo distinto Teorema de
Pasolini, en última instancia el relato de un milagro libidinoso con todo y
levitación. En el orden de la ficción sí creo en los milagros, y extiendo esa
convicción a las creaciones del espíritu colectivo, que parecen milagrosas‖. 88
¿Te
consideras un hombre religioso?
¿Qué te digo? Ni doctrinaria ni
programáticamente religioso, pero en mis vínculos con la idea de justicia
social, en mi apreciación de la música y de la literatura, y en mis reacciones
ante la intolerancia, supongo que hay un fondo religioso. Ahora, tampoco me
gusta describirme como una persona religiosa, porque la mayor parte de las
veces se asocia lo religioso con el cumplimiento de una doctrina muy específica
y no es mi caso, pero si lo religioso se extiende y tiene que ver con una
visión del mundo, con los deberes sociales, con el sentido de trascendencia,
pues sí sería religioso... Ahora que te lo dije me sentí en falta, porque ya lo
que sigue es mi autocandidatura a la canonización y allí sí me detengo.
¿Nuevo catecismo para
indios remisos es un libro de ficción?
Sí. Es un intento de glosar, de
llevar a su consecuencia extrema la lógica de las supersticiones. En la Nueva
España, por el modo en que se implantó la fe y por esa lenta asimilación de una
creencia nueva en un medio tan salvajemente sometido, se produjo una cantidad
enorme de supercherías, en sí mismas manicomiales. Y me atrajo la idea de
llevar a sus consecuencias a fin de cuentas previsibles lo ya concebido desde
la más vigorosa fantasía. Sé que es imposible contender con la fantasía
desprendida de las creencias religiosas o equipararse a ella, pero el intento
me absorbió un tiempo.
¿Será este tu único libro de
ficción?
No tengo idea. Apenas ahora
estoy aprendiendo a domesticar mis fervores pararreligiosos.
¿Tú piensas que México es un
país de remisos?
No sólo yo lo pienso, con otro
énfasis también lo piensan los obispos, que consideran a México un país de
analfabetismo religioso y ateísmo funcional. Pero en lo tocante a remiso, en el
sentido de renuente... hay una renuencia a considerar ―humanizable‖ la
política, hay una renuencia gubernamental a aceptar la democracia, hay
renuencia de muchos sectores a aceptar formas de convivencia civilizada. Es un
país que se ha ido armando en el juego de las renuencias y en los
enfrentamientos entre lo impune y lo civilizado.
¿Qué opinas de las demandas
cada vez más agresivas de la Iglesia católica, que ahora participa abiertamente
en política?
Es importante que los sacerdotes, los obispos, los
cardenales, den su punto de vista sobre lo que está pasando. Diversifica,
matiza el panorama y están en su pleno derecho. Ahora bien, lo que dicen la
mayor parte de las veces me resulta triste por los conocimientos políticos que
exhiben, y por el proyecto de avasallamiento. No acepto, desde luego, la
pretensión de la educación religiosa en las escuelas públicas, somos una
sociedad laica y debemos seguir siéndolo. No acepto su oposición tajante, cada
vez más vigorosa, al control natal que ahora llaman ―supresión natal‖, porque
entre los requisitos de la sobrevivencia nacional incluyo al control demográfico,
y oponerse a éste en nombre de una justicia inmanente que le dará de comer a
todos los niños que nazcan y les permitirá educación, desarrollo y
posibilidades de empleo, es simplemente un disparate. No acepto los
sojuzgamientos del cuerpo y apoyo la despenalización del aborto y las grandes
campañas preventivas en el caso del SIDA y del uso del condón, y también estoy
a favor de eliminar las presiones psicológicas, culturales y moraloides en
contra de las minorías que legítimamente ejercen su derecho.
Extracto de una entrevista publicada por La Jornada
Semanal, 23 de febrero de 1997
Incluimos esta
entrevista como un doble homenaje: a Elena Poniatowska que hoy fue galardonada
con el premio Cervantes y a Carlos Monsiváis, el gran escritor mexicano de
origen protestante.
Ramos Mejía, 19 de
noviembre de 2013
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