… una comunidad con escasa vinculación cultural con
el ambiente y con un menguado aprecio por toda actividad intelectual. La
teología juega en tal situación una función fundamentalmente apologética, por
oposición a una crítica.
-José Míguez
Bonino
Introducción
La
pregunta que nos planteamos o que, mejor expresado, se nos ha planteado, es
sumamente importante y decisiva. No es fácil dar una respuesta categórica y
simple, primero, porque no hay una “Iglesia evangélica”, ya que la tan mentada
“unidad de la Iglesia” siempre se da en diversidad, nunca en uniformidad. En segundo lugar, porque al no existir un
único modelo de Iglesia –lo cual debemos celebrar- hay iglesias que intentan
elaborar pensamiento teológico a las diversas situaciones que se presentan y
otras que no lo hacen. Debido a esos dos factores señalados, en este artículo
nos referimos al espectro de iglesias evangélicas, es decir, aquellas que no
tienen una vinculación directa con la Reforma Protestante y que, en algunos
casos, no se reconocen como derivadas de esa Reforma. Por supuesto, siempre hay excepciones a la
regla, por eso nuestro enfoque es elaborado en términos muy generales.
1.
Tendencia
antiintelectual
En
primer lugar, hay una fuerte tendencia antiintelectual en esos ámbitos
eclesiales. Abundan expresiones tales como: “el mucho estudio es fatiga de la
carne”, “la letra mata, pero el Espíritu vivifica” que, además de manifestar
una dudosa exégesis de los textos bíblicos, tienden a menospreciar el estudio
de la Biblia y, por ende, también de la teología. Recuerdo el caso que me
sucedió hace unos años y que puede ilustrar claramente esta tendencia. Fui con
mi esposa a una iglesia del gran Buenos Aires a iniciar un curso sobre la vida
de Jesús. En un momento dado, un joven me espetó: “¡Un momento! ¿cómo se va a
estudiar la Biblia en este curso?” Le
respondí: “Como se hace con cualquier estudio, leyendo, reflexionando…” Casi no
me dejó terminar, porque agregó: “¡Ah! Eso no es de Dios. Porque las cosas de
Dios no se estudian con la mente sino con el espíritu.” Intentando serenarme ante tanto “atropello a
la razón” –diría Discépolo- le dije: “Debés saber que el comienzo de la
experiencia cristiana es la “conversión”. Y la “conversión” de la cual habló
Jesús en el Evangelio, en el griego es metanoia,
que significa “cambio de mentalidad” y que San Pablo nos exhorta: “sean
transformados mediante la renovación de su mente” (Romanos 12.2). De más está
decir que este candidato no llegó a inscribirse en el curso porque, argumentó:
“Yo hice todos los cursos con el pastor Roberto”. El caso ilustra, creo que de
modo rotundo, la tendencia de evangélicos y evangélicas que creen que la mente
humana pertenece al demonio y que solo nuestro espíritu es de Dios, siendo, a
su vez, el único espacio donde actúa el Espíritu Santo. Se trata, en suma, de
una “santificación de la ignorancia” como si fuera la aplicación de cierto
teorema (que no es de Pitágoras) y reza así: “A mayor ignorancia, mayor acción
del Espíritu Santo”.
2.
Desprecio
hacia la teología, los teólogos y las teólogas
En
segundo lugar, hay un manifiesto desprecio de la teología, de los teólogos y de
las teólogas. En algunos casos, quienes así actúan, son líderes evangélicos que
hablan desde la ignorancia, juzgando a quienes piensan la fe, como “mundanos”.
Su amplio bagaje de ignorancia no les permite entablar un debate teológico
serio, entonces, como “último recurso” o “golpes bajos”, apelan al argumento ad hominem, juzgando a quienes se
dedican profesionalmente a la teología por su color de piel, su estatura y su
fealdad. Se trata de aspectos externos
que, además de ser absolutamente subjetivos y relativos, implican una
inocultable discriminación que no armoniza con el evangelio, con la praxis de
Jesús ni con las tendencias pluralistas de las sociedades actuales que han
realizado avances notables en contra de
todo tipo de discriminación por esos aspectos y otros. Sería muy oportuno que tales líderes se
tomaran el trabajo de leer algún texto de historia del cristianismo para
informarse que la teología, aunque no es una palabra bíblica, pertenece a los
comienzos de la Iglesia. Ya en el siglo II de la era cristiana surgieron los primeros teólogos, entre los que
cabe mencionar a Clemente y Orígenes de Alejandría en la vertiente griega y a
Tertuliano, en la escuela latina. A este último esos mismos líderes, sin
saberlo, lo están citando cuando hablan de la “trinidad”, de una sola “persona”
y una misma “sustancia”. Esta tendencia al desprecio de la teología como oficio
y a los teólogos y teólogas como personas que se dedican profesionalmente a
ella, tiene razones históricas. En algunos casos, porque esos líderes proceden
de iglesias que creen que pueden vivir sin teología. En otros, porque al ser
superados por quienes han tomado en serio a la teología como herramienta para
la Iglesia, en lugar de estudiar, el camino más fácil es desprestigiar.
Hace
más de 40 años, José Míguez Bonino reflexionaba sobre este problema. Al
referirse lo que le sucede al “candidato-a-teólogo”, dice:
Una
serie de rasgos configura la actitud que el “candidato-a-teólogo” encuentra en
su iglesia con respecto a la teología, sea que haya nacido (o se haya
convertido) en una congregación de las iglesias libres (metodista,
presbiteriana, bautista) o en una comunidad de inmigración (luterana,
reformada, anglicana). El trasfondo es en ambos casos una comunidad con escasa
vinculación cultural con el ambiente y en el primero con un menguado aprecio
por toda actividad intelectual. La
teología juega en tal situación una función apologética, por oposición a una
crítica.[1]
Podemos
observar que la descripción que Míguez Bonino hace, excede el ámbito eclesial
al que nos referimos en este artículo. Si tomamos como válida su descripción,
el problema todavía es más grave de lo que pensamos porque se ve no sólo en el
espectro evangelical sino también en
las iglesias llamadas “históricas”. Más adelante, el teólogo metodista dice que
para las iglesias “hacer teología es repetir.” Del candidato a teólogo se dice:
“ya aprendió todo lo que necesita”. Por lo tanto no hay que estudiar más ya
que: “la teología como sistema de respuestas se constituye en un universo
autónomo, un mundo divino, acabado, final, perfectamente articulado
internamente, pero incuestionable desde afuera, cerrado sobre sí mismo.”[2]
Ese modo de comprender la teología está destinado a ser solo aceptado,
pasivamente, por los miembros de la iglesia a la que corresponde pero no es
útil para la sociedad y el mundo. Asistimos muchas veces a discursos
eclesiásticos que representan un mundo, muchas veces medieval, que ya no
existe. Se ignora que la teología responde a situaciones concretas y su
articulación se hace en determinados contextos socioculturales que, como tales,
están en permanente cambio. Esas teologías pueden seguir siendo vigentes intra muros de la Iglesia pero no son
escuchados ni respetados fuera de esos ámbitos intraeclesiales.
Pese al desprecio que ciertos líderes
hacen de la teología, la necesitan siempre, de modo que copian ciertos
discursos elaborados generalmente en Estados Unidos y que reflejan esa cultura.
No responden a la situación social, política y cultural de América Latina. Tienen
entonces dos alternativas: esforzarse, previo estudio, por elaborar una
teología que responda a las situaciones o repetir los discursos que otros
elaboran. Obviamente, es más fácil optar por la segunda alternativa, con sus
consecuencias inevitables.
3.
¿Qué
hacer para cambiar?
Si
el criterio de verdad es directamente proporcional a la cantidad de gente que
sigue a un pastor o a una pastora, no hay necesidad de cambiar. Pero si
entendemos que la verdad no es un asunto de mayorías, entonces es importante
procurar un cambio. En todo caso, como siempre, el cambio debe surgir de los
propios pastores y pastoras de las iglesias, que deben promover el estudio de
la Biblia, la historia de la Iglesia, la hermenéutica, la teología bíblica sistemática,
contemporánea, latinoamericana, etc. Si la Iglesia evangélica pretende elaborar
un pensamiento que sea relevante para la sociedad y su problemática, no puede
eludir esa diversidad de fuentes. Sólo una lectura superficial de la Biblia
puede sostener lo contrario. A veces se ha apelado al apóstol Pablo para
justificar la aversión a la filosofía. Recuérdese el pasaje de 1 Corintios
donde dice: “Ya que Dios, en su sabio designio, dispuso que el mundo no lo
conociera mediante la sabiduría (sophía)
humana, tuvo a bien salvar, mediante la locura de la predicación, a los que
creen.” (1 Co. 1.21 NVI). Es cierto que aquí, Pablo establece una oposición entre
sophía y locura y parece desprestigiar totalmente a la filosofía.[3]
Sin embargo, esa sería una lectura parcial de los textos paulinos. En la misma
epístola, dice: “hablamos sabiduría (sophía)
entre los que han alcanzado madurez” (2.6). Y, en ocasiones, no tiene problemas
en citar a los poetas griegos como en el famoso discurso en el Areópago de
Atenas frente a los epicúreos y estoicos. O sea: si bien rechaza la sabiduría
humana en su intento por conocer a Dios, la utiliza como herramienta para su
discurso.
Conclusión:
La misión de la Iglesia, inserta en la missio Dei, requiere hoy, como siempre
ha sido, el manejo de las mejores herramientas a nuestro alcance. Como bien
decía Paul Tillich en una predicación basada en 1 Corintios 3.18-19: “La cruz
hace que Dios sea Dios. Y gracias a esta locura divina, nosotros logramos la
sabiduría de usar lo que es nuestro, la sabiduría del mundo, la filosofía,
incluso.”[4]
Sólo la iglesia que tome en cuenta que para colaborar con la missio Dei en el mundo precisa de todas
las herramientas del conocimiento podrá crear un pensamiento que no sólo sea
escuchado dentro de las paredes de los templos sino también en los ámbitos culturales,
sociales y políticos a los cuales está llamada a dar testimonio de Jesucristo.
Alberto F. Roldán. Doctor en
teología por el Instituto Universitario Isedet. Máster en ciencias sociales (filosofía política), Universidad Nacional de Quilmes. Máster en
educación, Universidad del Salvador. Pastor maestro de la Iglesia Presbiteriana San Andrés.
Ramos Mejía, 10 de enero de 2014
[1] José Míguez Bonino, “El camino
del teólogo protestante latinoamericano”, Cuadernos
de Marcha, Nro. 29, setiembre de 1969, p. 59
[2] Ibid. En el libro ¿Para qué
sirve la teología? Una respuesta crítica con horizonte abierto, Buenos
Aires: Fiet, 1999 (2da. Edición, Grand Rapids: Libros Desafío, 2011) me he
ocupado de distinguir cuidadosamente entre “doctrina” y teología. La primera la
define cada iglesia. La segunda es un ejercicio (teologizar) que implica una actividad intelectual seria y
permanente, porque es reflexionar sobre la realidad, siempre cambiante, desde
la fe y con las más variadas herramientas del conocimiento humano.
[3] Recordemos que en Metafísica Aristóteles se refiere a la Sophía con referencia a la Filo-sofía como “el estudio de las
primeras causas y de los principios.” Obras
completas de Aristóteles, II, Metafísica Libro I. p. 48, trad. Patricio de Azcárate, Buenos Aires: Bibliográfica Omeba,
1967, Aristóteles también indicaba que hay tres ciencias teóricas: la física,
la matemática y la teología: “Pero la última que hemos nombrado supera a todas
las ciencias teóricas.” Ibid., p.
Libro XI. VII, pp. 278-279.
[4] Paul Tillich, El nuevo ser, trad. Damián Sánchez
Bustamante Páez, Barcelona: Ariel, 1973, p. 137
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