En un reciente curso que dicté en San José, Costa Rica, sobre “teología latinoamericana de la Iglesia” surgió un tema candente: uno de los estudiantes llegó a la conclusión de que una de las barreras que más divide a los cristianos y cristianas es la doctrina. Planteado así el tema, uno reaccionaría en contra, preguntándose: ¿cómo puede ser que la doctrina divida a la gente en lugar de unirla? La respuesta, sin embargo, es relativamente sencilla. La doctrina es “enseñanza oficial” de una iglesia determinada que, como tal, tiene toda la libertad de definir lo que cree. El problema es que no se toma en cuenta que la doctrina es, en cierto sentido y, como lo explica la nueva hermenéutica: una clausura de sentido. Ello, porque a la hora de que la Iglesia define lo que cree, escoge una serie de textos bíblicos que, a modo de dicta probantia sirva de fundamentación a las afirmaciones doctrinales. Y, al mismo tiempo, deja de lado otros textos que servirían de contrapeso a esas afirmaciones o que, decididamente, se opondrían a las mismas. En palabras de José Severino Croatto, cuando la Iglesia interpreta la palabra de Dios “su lectura es ‘clausuradora’ porque se hace desde un cierto lugar; en otras palabras, desde una práctica dada, religiosa y política al mismo tiempo.” (Hermenéutica bíblica, p. 56).
Las doctrinas son importantes pero ¿cuáles doctrinas son las esenciales? No pretendemos dar respuesta acabada a estas preguntas pero solo permítasenos reflexionar un poco. La historia de la Iglesia ha sido pródiga en ejemplos de divisiones de los cristianos y cristianas. Divisiones que, muchas veces, se disfrazan de “problemas doctrinales” donde no hay otra cosa que pasiones humanas y diferencias de prácticas. Las iglesias se han dividido por formas de bautismo, por diferencias sobre los carismas, por la ordenación o no de las mujeres, por el Milenio –literal o simbólico– y por mil razones que el espacio no nos permitiría precisar. Podríamos intentar un teorema: “El carácter detallado de una doctrina es directamente proporcional al peligro de divisiones de una iglesia.” Teorema que, en buen romance significa: cuánto más detallemos las doctrinas en las que creemos más riesgos vamos a correr de dividirnos entre nosotros.
¿Qué es entonces lo esencial? Podríamos decir que todo aquello que atañe a nuestra relación con Dios y nuestra salvación. En ese sentido, son esenciales la justificación por la gracia de Dios y la fe en Cristo, la Trinidad, la cruz y la resurrección de Jesucristo y la esperanza de los cielos nuevos y tierra nueva, meta final del Reino de Dios. Puede olvidársenos algo pero, en lo esencial, allí radicaría nuestra doctrina. Gracias a Dios, ya tenemos una declaración de fe universalmente reconocida: el Credo Apostólico que, en estructura trinitaria, nos habla de estas cosas. Eso sería doctrina esencial, no negociable.
¿Y la teología? Mientras la doctrina es una clausura de sentido que la Iglesia hace en un momento histórico determinado, la teología o, mejor aún, el teologizar, es una tarea permanente de los cristianos y cristianas. En palabras de San Anselmo, es “inteligencia de la fe” y, como tal, actitud permanente de todo hijo e hija de Dios que quiera pensar la fe y responder al mundo. En este sentido, nos resultan orientadoras las reflexiones del teólogo reformado Jürgen Moltmann. Habiendo escrito muchos libros de teología, ninguno de ellos se titula: “Teología sistemática”. Moltmann explica que ha resistido llamar a su obra “sistema teológico” o “dogmática porque en teología, lo dogmático se expresa en forma de tesis no a discutir sino a asentir o rechazar. “Invitan, en suma, al oyente, a adherirse a ellas, no a escuchar la propia voz interior.” (Trinidad y Reino de Dios, p. 10). Por eso opta por llamar a sus libros: “aportaciones a la teología” como ejercicios de pensar la fe en nuevos contextos históricos, sociales, eclesiales y culturales. Y agrega: “Hay problemas teológicos para los que cada generación debe hallar su propia solución si quiere que sean para ella germen de vida. Ninguna concepción histórica es definitiva ni inconclusa.” (Ibid., p. 11).
Frente a la alternativa: “¿teología o doctrina? Es oportuno pensar bien antes de responder. Si la vida cristiana –que no es otra cosa que vida humana en la tierra bajo el signo de la fe– se pudiera vivir de un modo estático, en un mundo que no cambia, apelar a la doctrina sería suficiente. Simplemente se trataría de recurrir a un corpus doctrinario elaborado hace siglos y actuar en consecuencia. Pero la experiencia nos muestra otra cosa. Que ni aún los cuerpos doctrinales más elaborados nos pueden ayudar a la hora de hacer decisiones y de responder, honesta e inteligentemente, a un mundo en permanente cambio. Por lo tanto, el camino que nos queda es el teologizar, pensar la realidad desde la óptica de la fe. Y ese es un camino arduo y difícil. Hacer lo contrario es, en el mejor de los casos, responder preguntas que ya nadie se formula y, en el peor de los escenarios, seguir dividiendo a los cristianos y cristianas en lugar de unirles en una búsqueda común: el Reino de Dios y su justicia. El camino de la teología es un camino de libertad que tenemos que tener el coraje de transitar. Porque la libertad siempre es un riesgo.
Alberto F. Roldán
Buenos Aires, 24 de agosto de 2010
Quiero compartir que fui a visitar el blog, y el artículo "¿Doctrina o teología?" no sólo me resultó muy refrescante, sino que lo sentí como una confirmación del Señor. No he tenido oportunidad de leer a los autores que allí se mencionan, pero la razón por la que me inscribí en este estudio fue la preocupación por cómo responder desde la Palabra de Dios a muchos graves problemas del mundo actual. Llegué a una conclusión: "Cada generación de cristianos debe volver a leer la Biblia desde su tiempo, para extraer de ella el mensaje renovado que dé respuestas a esa generación." Y ahí me di cuenta: "¡Eso es teología! ¡Y yo tengo que aprenderla!"
ResponderEliminarMe alegró confirmar que estoy en el lugar apropiado para hacer este trayecto.
Maria del Carmen Fabbri Rojas
Pero entonces se puede decir que la doctrina es una teología ya clausurada por determinada iglesia en determinado tiempo histórico, por lo que hacer teología teniendo a la base una doctrina (teología ya clausurada) y no poder reformularla o incluso negar ciertos puntos doctrinales es limitar la misma labor teológica. Como usted bien señala, los cuerpos doctrinales, por más elaborados que estén, no nos ayudan, y esto también puede decirse del Credo Apostólico. En ese sentido sí sería negociable.
ResponderEliminarBuen texto, para continuar el diálogo teológico:
http://www.lupaprotestante.com/index.php?option=com_content&task=view&id=2167&Itemid=128
Mi nombre es Luis, soy profesor de filosofía en Chile y miembro de la FTL.
lo invito a revisar mi blog:
ResponderEliminarhttp://reflexionesenelcamino.blogspot.com
Hoy la teología tiene que responder a las demandas latinoamericanas el tema de la exclusión,la pobreza, la desigualdad de oportunidades. La violencia institucionalizada y la violencia doméstica.
ResponderEliminarNo puede haber paz sin justicia. Es un binomio bíblico que se olvida en nuestras iglesias.
Las doctrinas nos han separado y levantado el signo de la sospecha entre creyentes; pero la Biblia nos une por ser el testimonio del Espíritu Santo. Reflexionemos nuestra situación desde el marco bíblico, necesitamos formularnos respuestas de acción.