El filósofo italiano Giorgio Agamben, especialista en Edad Media y con un conocimiento amplísimo de la teología cristiana, nos ha ofrecido obras notables en las que relaciona a la teología con la filosofía y la política. En mi viaje a Centroamérica hace unas semanas, llevé conmigo su obra La comunidad que viene (Madrid: Editora Nacional, 2003). En ella, el filósofo italiano hace un análisis minucioso de términos filosóficos y teológicos. Particularmente me llamó la atención su referencia al término solaz que, en su original italiano corresponde a agio. Se trata de una voz que, como explica Agamben, ha sustantivado el resultado de la acción de adiacere, en latín: yacer cerca de, confiar con, estar situado con.
Yo he agregado al título de esta reflexión el sustantivo “sustitución” porque de eso se trata en el texto. Agamben dice que según el Talmud, cada ser humano tiene dos lugares que le aguardan: el Edén o el Gehinnom. El justo recibe su sitio en el Edén, pero a ese sitio se le agrega un espacio para su vecino que ha sido condenado. El malvado, recibe su parte en el infierno, más otro sitio que corresponderá al vecino que se ha salvado.
Agamben dice que en esta enseñanza judaica, lo esencial no es la distinción cartográfica del Edén y del Gehinnom sino “el sitio adyacente que todo hombre recibe sin falta.” Y cuenta que el gran arabista Massignon –que posteriormente se convertiría al catolicismo – fundó una comunidad que bautizó con el término árabe Badaliya, que designa la sustitución. “El voto al que se consagraban sus miembros era la de vivir sustituyendo a alguien, esto es, el de ser cristianos en lugar de un otro.” En la intención de Massignon, sustituir a alguien no significaba compensar lo que le faltaba ni corregir errores, sino expatriarse en él tal cual es, para ofrecer hospitalidad a Cristo en su misma alma, en su mismo tener-lugar.
Este relato, comentado e interpretado por Agamben, me hizo pensar en la centralidad de la sustitución en el misterio cristiano: Jesús, en tanto Mesías, nos ha sustituido en la cruz. La misma actitud de “actuar a favor del otro” debiera también caracterizar nuestra actitud central en la vida. Pensar y actuar en la alteridad, o sea: a favor del otro, sustituyéndolo.
Alberto F. Roldán
Buenos Aires, 22 de agosto de 2010
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