domingo, 8 de agosto de 2010

La Iglesia tiene una función política irrenunciable

Enfocar a la Iglesia en su dimensión social implica reconocerla como una entidad que actúa en la sociedad y es influida por ella. Esto no es algo negativo ni positivo en sí mismo, sino que depende del discernimiento que la Iglesia haga en cada caso para la toma de sus decisiones. Lo importante es que la Iglesia siempre tenga como marco referencial una realidad que la supera y la engloba: el Reino de Dios. En este sentido, mal que pese a quienes tienen una idea triunfalista de la Iglesia, es oportuno reconocer su carácter temporario hasta la venida del Reino de Dios. Como dice Pannenberg:

La iglesia es necesaria mientras la vida política y social del hombre no represente y concretice aquella plenitud perfecta de la determinación humana que realizará el reino de Dios en la historia humana. Vistas así las cosas, es claro que la iglesia no es ciertamente eterna, pero sí necesaria para el tiempo que trascurra hasta que el reino de Dios aparezca en su forma plena.



Pero la Iglesia no es sólo una entidad social que actúa en la sociedad, moldea la sociedad y, a su vez, es moldeada por ella. La Iglesia también es una realidad política. No es habitual leer o escuchar reflexiones sobre esta dimensión política de la Iglesia pero es necesario tomarla en cuenta para elaborar una eclesiología latinoamericana. El tema no es nuevo ya que en la teología protestante, por caso Karl Barth, siempre se admitió la función política de la Iglesia. En efecto, en su Comunidad cristiana y comunidad civil, Barth define la existencia de la comunidad cristiana como eminentemente política. El tema, no obstante, necesitaba ser ampliado y profundizado, cosa que se ha hecho, particularmente, a través de los aportes de Johann Baptist Metz y Jürgen Moltmann. El primero, desarrolla una “nueva teología política” partiendo de la siguiente premisa:

Aquí es preciso tener en cuenta que la Iglesia, en cuanto fenómeno histórico-social, tiene siempre una dimensión política, es decir, es política y tiene efectos políticos aun antes de tomar una postura política determinada y, por tanto, también antes de preguntarse por los criterios de su postura política actual.



Metz otorga un lugar especial a la escatología en todo su planteamiento y, en expresión felíz define a las promesas que de ella surgen como imposibles de ser “privatizadas”. Lo explica en estos términos: “Las promesas escatológicas de la tradición bíblica –libertad, paz, justicia, reconciliación– no se pueden “privatizar”, no se pueden reducir al círculo privado. Nos están obligando incesantemente a la responsabilidad social.” Por lo tanto, la Iglesia está llamada al anuncio del Reino de Dios cuya presencia significa “justicia, paz y alegría en el Espíritu Santo” (Ro. 14.17) valores que, precisamente, están ausentes en un mundo dominado por la injusticia, la guerra y la tristeza. La Iglesia tiene una función política irrenunciable. No puede pretender neutralidad frente a la política y los conflictos sociales. Por supuesto, abundan las iglesias que pretenden ser “neutrales” frente a esos hechos. Pero como bien dice Pannenberg, en total coincidencia con Metz: “Las iglesias que afirman que están totalmente ocupadas con tareas, en este sentido, “espirituales” y que se mantienen alejadas, por esto, de todos los problemas políticos, son, en realidad, verdaderos bastiones de la defensa de lo establecido.”





Alberto F. Roldán

Extracto de un trabajo más amplio titulado: “Marcos referenciales para una eclesiología latinoamericana”, a publicarse próximamente.

San José, Costa Rica, 8 de agosto de 2010

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