La palabra de Dios tiene que ser infinita, o, en otros
términos, la palabra absoluta carece aún de un significado en sí, pero está preñada
de él. Se va desplegando en infinitos planos de sentido, en los cuales adopta,
desde el punto de vista humano, el aspecto de figuras finitas y comprensibles.
Con ello se expresa el esencial carácter
de clave que corresponde a la exégesis mística. La nueva revelación que le ha sido otorgada al místico se presenta
como clave de la revelación. Aún más:
la clave puede perderse incluso, pero siempre queda el impulso infinito que
acucia a buscarla. Esta no es sólo la situación en la cual los escritos de Franz
Kafka nos presentan los impulsos místicos, por así decir, reducidos al grado
cero, y aun en el grado cero mismo, en el que parecen desaparecer, conservan
una infinita eficacia. Es ya la situación de los místicos talmúdicos del
judaísmo, tal como uno de ellos la describió genialmente hace mil setecientos
años en forma anónima y en un lugar desconocido.
Orígenes nos dice en su
comentario a los Salmos que un sabio “hebreo” –probablemente miembro de la
academia rabínica de Cesarea- le explicó que las Sagradas Escrituras se
asemejan a una gran casa con muchísimos aposentos, y que delante de cada aposento
se encuentra una llave, pero no la que conviene. Las llaves de todos los
aposentos están cambiadas, y la difícil y al mismo tiempo importante tarea
consiste en encontrar la llave adecuada.
Esta parábola, que en lace ya la situación kafkiana con una tradición talmúdica en pleno desarrollo, sin ser juzgada en absoluto de manera negativa, nos puede dar una idea en último término de los profundamente enraizado que está el mundo kafkiano en la genealogía de la mística judía. El rabí cuya parábola tanto impresionó en Orígenes está aún en posesión de la revelación, pero sabe que ya no cuenta con la clave adecuada, y está buscándola.
Esta parábola, que en lace ya la situación kafkiana con una tradición talmúdica en pleno desarrollo, sin ser juzgada en absoluto de manera negativa, nos puede dar una idea en último término de los profundamente enraizado que está el mundo kafkiano en la genealogía de la mística judía. El rabí cuya parábola tanto impresionó en Orígenes está aún en posesión de la revelación, pero sabe que ya no cuenta con la clave adecuada, y está buscándola.
Gershom Scholem, La
Cábala y su simbolismo, trad. José Antonio Pardo, Buenos Aires: Mila
Editor, 1988, pp. 12-13
Hace tiempo que estoy pensando en que la lectura “occidental”
de la Biblia, realizada tanto por católicos como por protestantes, en su
intento por “encerrar” el texto bíblico en un dogma o doctrina, representan clausuras de sentido que deberíamos evitar. La palabra de Dios es infinitamente
interpretable y nadie tiene la llave maestra para descifrar sus enigmas. En
otras palabras: nadie tiene la revelación como posesión definitiva y única. La
palabra de Dios siempre tiene un carácter infinito que se despliega ante las
más diversas lecturas. Como dice el Tratado Sanedrin 34a: "De un mismo versículo surgen sentidos múltiples."
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