La educación para la paz exige un claro
pronunciamiento en contra de la guerra y la pedagogía de la muerte. Hablando de
su contrario, o sea “la pedagogía de la paz”, el propio Ricoeur apunta a
desarrollar una labor de denuncia y de distensión. En plena guerra fría, el
pensador francés advertía sobre el peligro del “imperialismo” y, sobre todo, el
espíritu de cruzada que alentaba el armamentismo norteamericano. “Tan pronto
como un pueblo se cree globalmente depositario de los valores de la
civilización, esta estima colectiva de sí mismo desemboca en una representación
fantástica del adversario como el mundo de las tinieblas.”[1]
Se trata, como dice Ricoeur, de una visión maniquea, que considera que fuera de
su ámbito del Bien, impera el Mal que, en aquel tiempo era la URSS y ahora es
“el mundo árabe.” El espíritu de cruzada norteamericano es fruto de la impronta
que dejaron ideas tales como el Manifest Destiny que considera a los
Estados Unidos como una especie de “Israel redivivo” o, directamente: The Kingdom
of God in America.[2]
En síntesis: no hay pedagogía de la paz si no existe, primero, un claro
pronunciamiento y una toma de posición en contra de ideologías que legitiman la
guerra en cualquiera de sus formas. En este sentido, es oportuno analizar
críticamente propuestas como la de Samuel Huntington y El choque de
civilización y la reconfiguración del orden mundial[3]
Al analizar sus propuestas, Santiago Kovadloff dice, con respecto a la cuestión
inmigratoria, (hoy, un tema candente en los Estados Unidos y los proyectos de
ley en contra de los hispanos “ilegales”) señalando que, a pesar de que
Hungtington no se expide al respecto: “poco cuesta inferir que, para él
[Hungtington] los inmigrantes, con su babel de procedencias, hábitos y lenguas,
integrarían la masa más nutridas de los exponentes de ese riesgo interno que a
toda costa debiera ser neutralizado.”[4]
Toda pedagogía y educación para la paz debe partir de una crítica severa a las
tendencias armamentistas y promotoras de las guerras –hoy bautizadas con el
extraño nombre de “preventivas”- que no hacen más que confirmar que, como toda
guerra, se trata de la imposición de la supremacía no de las ideas sino de la
fuerza aniquiladora de quienes piensan de modo diferente.
[1] Ricoeur, Ética y cultura, p. 91.
[2] Tomo esta expresión citando simplemente la obra del gran teólogo H.
Richard Niebuhr, cuya obra, The Kingdom of God in America, Hamden,
Conneticut, 1956, que plantea cómo las ideas teológicas moldearon el ethos norteamericano
hasta concebir a los Estados Unidos de América en el Reino de Dios sobre la
tierra. Recientemente se ha publicado en castellano la obra de Richard T.
Hughes, Mitos de los Estados Unidos de América, Grand Rapids: Libros
Desafío, 2005, donde el autor plantea cómo influyeron mitos tales como “nación
escogida”, “nación cristiana”, “nación inocente” y “el destino manifiesto” en
la conformación de los Estados Unidos para llegar a ser hoy, un imperio de
alcances mundiales y expansión permanente.
[3] Samuel P. Huntington, El choque
de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, Buenos Aires:
Piados, 1997.
[4] Santiago Kovadloff, Sentido y riesgo de la vida cotidiana, Buenos
Aires: Emecé, 1998, pp. 58-59.
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