La
iglesia es el Cristo presente, y la presencia de Dios sobre la tierra es
Cristo.
Dietrich
Bonhoeffer
Introducción
Tradicionalmente la Iglesia y el
mundo han sido vistos como realidades antagónicas. Si se habla de la Iglesia,
ésta debe definirse en oposición al mundo, por lo que, hablar de la
“mundanización” de la Iglesia resultaría, según ese marco teórico, un círculo
cuadrado. Pero ¿será así? Creemos que no e intentaremos demostrarlo.
En primer lugar, la oposición entre
Iglesia y mundo surge de haber privilegiado una noción de “mundo” que, aunque
bíblica, no es unívoca. En efecto, la Biblia habla del mundo en sentido
negativo como cuando leemos: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el
mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo
que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la
vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa,
y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.” (1
Juan 2.15-27 RV). Esta visión que Juan ofrece sobre el mundo, pone en claro que
se trata de un sentido peyorativo del mismo. El mundo está en abierta oposición
a Dios y ya que la oposición es uno de los recursos del lenguaje al que apela
siempre el apóstol Juan (luz/tinieblas; santidad/pecado; amor/odio) su idea de
“el mundo” es la de un sistema de operaciones contrario a Dios. Para que no
tengamos duda alguna, casi al final de la epístola citada, dice Juan: “Sabemos
que somos de Dios, y el mundo entero está bajo el maligno.” (5.19 RV). Por
alguna razón que no viene al caso analizar ahora, los evangélicos y evangélicas
han privilegiado esta noción negativa del mundo. El mundo es contrario a Dios.
El mundo promueve el pecado. El mundo yace bajo el poder del maligno, el
perverso, el diablo y todo lo que tenga que ver con el diablo no es de Dios.
Pero, en segundo lugar, el mismo
autor de los textos citados, dice en acaso el versículo más conocido por los
evangélicos y evangélicas: “Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado
a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas
tenga vida eterna.” (Jn. 3.16 RV). Es claro que estamos en presencia de otro
concepto de “mundo”. En este caso, se refiere a la humanidad en tanto creación
de Dios. Un mundo humano que es bueno por ser justamente realización del Dios
creador y cuyo amor es tan grande que estuvo dispuesto a dar a su Hijo
unigénito por su salvación. Entonces, si bien es cierto que no tenemos que amar
al mundo-sistema que opera bajo el poder del diablo, sí estamos llamados a amar
a la humanidad como creada por Dios y recreada en Jesucristo.
Cabe preguntarnos ahora: ¿a qué
viene esto de que la Iglesia debe “mundanizarse”? Aquí es oportuno citar otras
expresiones de San Juan: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con
Dios, y el Verbo era Dios. (…) Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre
nosotros (y vimos su gloria, gloria como el unigénito del Padre), lleno de
gracia y de verdad.” (Jn. 1.1, 14 RV). Estas afirmaciones implican un gran
vuelo filosófico, teológico y literario. Juan está utilizando un término
acuñado por los griegos: el Logos. Unos
seis siglos antes de Cristo, Heráclito hablaba del Logos como aquella razón, idea, pensamiento o palabra con la cual
se crearon todas las cosas. Y Juan adopta esa idea para afirmar que el Logos
efectivamente existía antes que todo fuera creado y todo fue creado por medio
de él. Cabe consignar, a modo de aclaración, que la versión Reina Valera,
cuando traduce “Verbo” no se está refiriendo a una función gramatical porque,
si así fuera, Ricardo Arjona tendría razón cuando dice: “Jesús es Verbo no
sustantivo”. La palabra “Verbo” en la Biblia Reina Valera simplemente es tomada
del latín: verbum que significa
“palabra”. Luego de esta digresión –necesaria- sigamos con el argumento de
Juan. Ese Verbo, esa Razón, esa Palabra que creó todas las cosas estaba con
Dios y era Dios. Y ahora viene lo inaudito: “Y aquel Verbo fue hecho carne”.
Esto sí que es el círculo cuadrado. Porque para los griegos, Dios que es
espíritu puro no podría tomar carne, la cual es la residencia del mal. Juan
está escribiendo en contra los docetas que negaban la plena humanidad de Jesús
de Nazaret. Decía que Jesús “se parecía” (de la palabra griega dokein) a un ser humano pero no lo era
plenamente. Contra esa herejía Juan afirma que el Verbo fue hecho carne (sarx). No es que simplemente se hizo
parecido a nosotros o se “humanizó” sino que se encarnó, se hizo carne como
nosotros, uno de nosotros. Por eso sufrió, padeció, tuvo hambre y sed, y de su
costado, al ser atravesado por la lanza romana, brotó agua y sangre. Precisamente
Juan es el único evangelista que narra este hecho.
¿Qué significa esto para la Iglesia?
Nada más y nada menos que la encarnación como lo fue para Jesucristo, debe ser
el modelo ser Iglesia. O sea: Iglesia en el mundo y para el mundo. La Iglesia
no existe sin Cristo. La Iglesia es el cuerpo de Cristo en la tierra. Está
llamada a encarnarse en la historia, en la cultura, en el modo de vida del
mundo, hablar su idioma, sufrir con el mundo, padecer por el mundo y, sobre
todo, amar al mundo tal como Dios lo sigue amando en Jesucristo. Este es el
sentido positivo de la secularización, palabra que significa “siglo” o “mundo”.
La Iglesia no existe para sí misma sino para Dios y para el mundo de Dios. Como
expresa magníficamente Johann Baptist Metz: “La Iglesia misma está al servicio
de la voluntad universal de Dios con respecto al mundo. La Iglesia testifica y
representa el reinado de aquella Voluntad encarnada, en la que Dios habla
definitivamente al mundo y lo acepta, y al hablarle, lo liberado de su ser más
profundo.” (Teología del mundo, Salamanca:
Sígueme, 1971, p. 65).
Así como Dios se encarnó en
Jesucristo, la Iglesia que es su cuerpo, está llamada también a encarnarse en
la historia, en la cultura y en las circunstancias del mundo. No vive en un topos uranos (lugar celeste) sino en una
tierra concreta y una historia única con los hombres y mujeres de nuestro
tiempo. Al encarnarse, Dios redime la totalidad de su creación. Dios se torna
tiempo y espacio y se convierte –aunque suene extraño- en un Dios vulnerable
porque amar es tornarse vulnerable. Este es el sentido de una Iglesia mundanizada
que no se proclama a sí misma sino que proclama el Reinado de Dios y es una
Sierva de Dios y del mundo al que Dios sigue amando con pasión inexplicable.
Foto: Tafí del Valle, Tucumán, Argentina. Foto tomada por el autor.
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