Ayer, 14 de enero de 2015, a la edad de 91 años,
falleció el teólogo Emilio Antonio Núñez. Tuve el honor de ser su alumno en el Seteca (Seminario Teológico
Centroamericano) de Guatemala. Fue él que me introdujo con enorme generosidad tanto
en la teología contemporánea (especialmente Karl Barth) como en la teología
latinoamericana. Eran los años 1978/79, cuando la teología de la liberación
brillaba en el firmamento de América Latina.
Procediendo de un ámbito evangélico conservador, me
sorprendía mucho su honestidad y apertura de pensamiento para leer, con libertad,
a teólogos como el citado Karl Barth, Emil Brunner, Paul Tillich y Rudolf
Bultmann. Recuerdo cuando en sus clases de teología contemporánea, decía: “No estoy
de acuerdo con el pensamiento de Bultmann pero no dejo de reconocer que es un
gran teólogo.”
También recuerdo que una vez me comentaba que para el
curso de “Contemporary Theology” del Dallas Theological Seminary, donde estudiaba
el doctorado, él era el único inscripto. Le dijeron que no podían dárselo, a lo
cual Emilio replicó: “Pues yo exijo que me den ese curso porque he venido de
Centroamérica a este seminario para estudiar teología.”
El curso de eclesiología, lo tomé en forma tutorial
con él, porque, me decía: “Creo, Alberto, que Ud. va a aprovechar mejor el
curso de esta manera.” Eso me permitió intimar más con su persona y su pensamiento.
Entre otros aspectos dignos de destacar, es el modo en que recibía mis
comentarios a las lecturas que, en algunos casos, no coincidían con sus puntos
de vista.
Le agradezco a Emilio haberme introducido en la teología
latinoamericana. Con él leíamos no los comentarios, muchas veces sesgados, sobre
los autores, sino a los autores mismos como Gustavo Gutiérrez, Hugo Assmann,
Juan Luis Segundo, Leonardo Boff y José Míguez Bonino. Recuerdo que al volver a
la Argentina y en el primer encuentro con José Míguez Bonino le comenté: “Estimado
José: yo tuve que ir a Guatemala para conocerlo a Ud.”
Don Antonio, como le llamábamos con admiración y
respeto, fue un verdadero caballero cristiano. Un hombre humilde y sabio, que
transmitía con pasión una teología profundamente evangélica y comprometida con
la Iglesia y la sociedad. Era un admirador de la literatura y del cine
latinoamericanos.
Otro recuerdo que lo pinta de cuerpo entero: En una
clase, dijo: “No graduaría a nadie en teología, si no ha leído la obra de
Gustavo Gutiérrez: Teología de la liberación.”
Se nos fue, físicamente, un grande de la teología
latinoamericana. Sus obras le siguen y son un desafío para quienes recorremos
el mismo camino de una teología al servicio del Reino de Dios en América
Latina.
Alberto
F. Roldán
Ramos
Mejía, 15 de enero de 2015
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