Padre
nuestro, padre ambiguo
de los milagros eternos
que admiramos los modernos
por tu gran prestigio antiguo.
Si junto a
la fuente pasa
la ninfa, hay en su blancura
lo que inspira, lo que dura,
lo que aroma y lo que abrasa.
Pues al ver
la viva flor,
o la estatua que se mueve,
hecha de rosa o de nieve,
nos toma el alma el amor.
Pan nuestro
que estás en la tierra,
porque el universo se asombre,
glorificado sea tu nombre
por todo lo
que en él encierra.
Vuélvanos
tu reino de fiesta
en que tú aparezcas y cantes
con los tropeles de bacantes
maravillando la floresta.
Hunde,
siempre violento y vivo,
y por tus ímpetus agrestes,
en el cielo cuernos celestes
y en la
tierra patas de chivo.
Danos ritmo,
medida y pauta
al amor de tu melodía,
y que haya, al amor de tu flauta,
amor nuestro de cada día.
Deudas que
el alma amando trunca
están en tu disposición,
y no le concedas perdón
a aquel que no haya amado nunca.
Rubén
Darío, poeta nicaragüense, representante del modernismo en la literatura
castellana.
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