Sufrir y ser rechazado no es lo mismo. Jesús podía
ser el Cristo glorificado en el sufrimiento. El dolor podría provocar toda la
piedad y toda la admiración del mundo. Su carácter trágico podría conservar su
propio valor, su propia honra, su propia dignidad.
Pero Jesús es el Cristo rechazado en el dolor. El
hecho de ser rechazado quita al sufrimiento toda la dignidad y todo honor. Debe
ser un sufrimiento sin honor. Sufrir y ser rechazado constituyen la expresión
de la cruz de Jesús. La muerte de cruz significa sufrir y morir rechazado,
despreciado. Jesús debe sufrir y ser rechazado por necesidad divina. Todo intento
de obstaculizar esta necesidad es satánico. Incluyo, y sobre todo, si proviene
de los discípulos: porque esto quiere decir que no se deja a Cristo ser el
Cristo. (…)
El seguimiento, en cuanto vinculación a la persona
de Cristo, sitúa al seguidor bajo la ley de Cristo, es decir, bajo la cruz. (…)
La cruz no es el mal y el destino penoso, sino el
sufrimiento que resulta para nosotros únicamente del hecho de estar vinculados
a Jesús. La cruz no es un sufrimiento fortuito, sino necesario. La cruz es un
sufrimiento vinculado, no a la existencia natural, sino al hecho de ser
cristianos. La cruz no es sólo y esencialmente sufrimiento, sino sufrir y ser
rechazado; y, estrictamente, se trata de ser rechazado por amor a Jesucristo, y
no a causa de cualquier otra conducta o de cualquier otra confesión.
Dietrich
Bonhoeffer, El precio de la gracia (Nachfolge).
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