En su obra Hermenéutica del sujeto, el filósofo
francés reflexiona sobre la noción de “salvación” en la filosofía, vinculada al
cuidado de sí mismo. Parte del famoso Oráculo de Delfos: “Conócete a ti mismo”,
una fórmula que va a acompañada de otra que dice: “ocúpate de ti mismo.”
En un diálogo
sobre el tema, se le pregunta a Foucault:
“No juega la condición humana, en el sentido de
finitud, un papel muy importante? Usted se ha referido a la muerte: ¿cuándo se
tiene miedo a la muerte, no se puede abusar del poder que se tiene sobre los
otros? El problema de la finitud me parece muy importante: el miedo a la muerte,
a la finitud, a ser herido, está en el corazón mismo del cuidado de sí.[1]
La respuesta de
Foucault es la siguiente:
“Sin duda. Y por
eso el cristianismo, al introducir la salvación como salvación en el más allá,
va en cierta medida desequilibrar o, en todo caso, a trastocar completamente
toda esta temática del cuidado de uno mismo pese a que, y lo repito una vez
más, buscar la salvación significa también cuidar de uno mismo. Pero en el cristianismo
la condición para lograr la salvación va a ser precisamente la renuncia. Por el
contrario, en el caso de los griegos y de los romanos, dado que uno se preocupa
de sí en su propia vida, y puesto que la reputación que uno deje en este mundo
es el único más allá del que puede ocuparse, el cuidado de sí puede entonces
estar por completo centrado en sí mismo, en lo que uno hace, en el puesto que
ocupa entre los otros; podrá estar totalmente centrado en la aceptación de la
muerte –lo que será muy evidente en el estoicismo tardío-, preocupación que
incluso, hasta cierto punto, podrá convertirse casi en un deseo de muerte.”[2]
Lo que dice Foucault es cierto en cuanto
a que el cristianismo, históricamente, ha trasladado casi completamente la
salvación como un hecho para el “más allá”. Ser salvados del juicio divino, del
infierno, de la muerte eterna, son lenguajes muy comunes en el cristianismo. No
obstante, si estudiamos bien el mensaje bíblico, la salvación, si bien tiene
una dimensión trascendente, posee también consecuencias para el más acá. La vida
eterna es vida abundante en Cristo para el aquí y ahora de la persona humana. Esa es la noción joánica de la "vida eterna" como "vida abundante" que Jesús ofrece. Y,
en segundo lugar, aunque el contraste que el filósofo francés establece entre “salvación según
la filosofía” y “salvación según el cristianismo” es válida, hay ciertos
pasajes bíblicos que muestran que la salvación implica, también, el cuidado de
sí mismo. Eso está en la base del famoso mandamiento: “Ama a tu prójimo como a
ti mismo” y,en un enunciado paulino que coincide con esa perspectiva
filosófica. Específicamente nos referimos a lo que Pablo le dice a Timoteo: “Ten
cuidado de ti mismo” (1 Timoteo 4.16). ¿Será que Pablo refleja aquí la influencia del estoicismo? No sería de descartar, si tenemos en cuenta las referencias directas o indirectas que el apóstol hace de los autores griegos y la coincidencia entre la ética del estoicismo con las "virtudes" (aretai) que se enuncian en 2 Pedro 1.
En conclusión,
de esta profunda reflexión de Foucault aprendemos que las nociones de “salvación” tanto
en la filosofía clásica como en el cristianismo, si bien hay que distinguirlas,
tienen también un punto de conexión en el cuidado que cada uno tiene que tener
de su propia persona, única forma de amar y ayudar al prójimo en la búsqueda de
su realización como persona.
Alberto F. Roldán
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