Más de mil millones de personas asistieron a través de la televisión del mundo al recate de los 33 mineros chilenos. Después de permanecer bajo tierra durante 69 días, los arriesgados obreros del país trasandino dieron muestra de temple, coraje y, sobre todo, fe.
Era emocionante verlos subir a la superficie desde la cápsula “Fénix 2” y leer en sus espaldas el texto bíblico: “Porque en su mano están las profundidades de la tierra, y las alturas de los montes son suyas” (Salmo 95.4). La mayoría de estos mineros es creyente, contando entre sus filas, inclusive, con un pastor evangélico. Como dijo el presidente Piñera: “esta vez la fe movió montañas”. Este histórico rescate nos deja varias lecciones. La primera, el poder de la fe en Dios. No faltaron periodistas televisivos en la Argentina que trataron de minimizar este hecho, comentando que no es tanto la fe sino el esfuerzo humano o, en todo caso, la fe en el hombre. Obviamente, el histórico rescate fue resultado de la planificación, la técnica y el esfuerzo de muchas personas que actuaron para lograrlo. Pero no lo es menos que la mayoría de estos hombres oraba a Dios y clamaba por su liberación. En sus vidas se materializó el concepto del salmo citado: aprendieron que en las profundidades de la tierra estaba la mano del Dios que los cuidaba. Y Dios, también, estaba en el rescate.
La segunda lección, negativa, es constatar, a través de una entrevista realizada al presidente de Chile, que la empresa minera nunca se hizo cargo del hecho, ni preguntó cómo estaban los obreros o qué podían hacer por ellos. Una vez más se pone de manifiesto que, para cierto modelo de política económica, “la vida no vale nada”, lo que vale es la explotación, de las minas y de los hombres. Es necesario formular críticas a estos modelos deshumanizantes para los cuales lo único que vale es el progreso económico, a expensas de vidas humanas sacrificadas.
El pueblo hermano de Chile ha pasado durante este año por varias pruebas. Una, el terremoto devastador. Ahora, el extravío de 33 mineros en el fondo de la tierra y su posterior rescate. Pero estas situaciones límite han puesto a prueba el temple de ese pueblo y, para los creyentes –que no son pocos– el poder de la fe en el Dios que nos acompaña aún en las profundidades de la tierra. Por todo eso: ¡Salud al pueblo de Chile!
Alberto F. Roldán
Ramos Mejía 14 de octubre de 2010
Estimado, excelente su aporte.
ResponderEliminarNo importa lo que haga o pretenda hacer el hombre, pero la gloria de Dios no se puede apagar.
Ruego al Señor, porque lo bueno que viene para los mineros no aleje sus corazones de Aquél que los cuidó.
Muchas gracias.
yo personalmente me siento muy orgulloso por poder apreciar el gran poder de mi Padre Celestial ya que algunos en lugar de darse cuenta y darle gracias tratan de ocultarlo, Dios o sea Jehova los Bendiga en el nombre del Padre, del Hijo y del Espiritu Santo.
ResponderEliminaryo personalmente me siento muy orgulloso por poder apreciar el gran poder de mi Padre Celestial ya que algunos en lugar de darse cuenta y darle gracias tratan de ocultarlo, Dios o sea Jehova los Bendiga en el nombre del Padre, del Hijo y del Espiritu Santo.
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