martes, 31 de diciembre de 2013

Cuerpo y memoria - Alberto F. Roldán






Al llegar al último día del año 2013, seguramente se nos agolpan en la mente recuerdos imborrables tanto de experiencias negativas como positivas. “El tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos” dice el poeta latinoamericano. Y es cierto. El tiempo, esa realidad inasible de la cual San Agustín decía: “Si nadie me pregunta lo entiendo pero deja de entender cuando alguien me pregunta” va dejando sus huellas en nuestro cuerpo.
Es que hay una relación inextricable entre tiempo y cuerpo. Dice Paul Ricoeur: “la memoria corporal está poblada de recuerdos afectados de diferentes grados de distanciación temporal: la misma magnitud del lapso pasado puede ser percibida, sentida, como añoranza, como nostalgia.”[1]
Con mayor o menor volumen de añoranza o de nostalgia del tiempo pasado, nos acercamos, indefectiblemente, el Nuevo Año. Llevamos en nuestros cuerpos esos recuerdos. El cuerpo, la “carne”, es tan esencial para los recuerdos que, en lenguaje insuperable, en su novela Palmeras Salvajes dice William Faulkner:
“No es que pueda vivir, es que quiero. Es que yo quiero. La vieja carne al fin, por vieja que sea. Porque si la memoria existiera fuera de la carne no sería memoria porque no sabría en qué se acuerda y así cuando ella dejó de ser, la mitad de la memoria dejó de ser y si yo dejara de ser todo el recuerdo dejaría de ser. Sí, pensó. Entre la pena y la nada elijo la pena.”[2]
Nuestro cuerpo es el receptáculo de la memoria. Si no tuviéramos cuerpo, la memoria no tendría sitio donde residir. Al final de un año nuestro cuerpo está más viejo. Y hemos de resolver, en medio de las angustias, zozobras y fracasos, ser o no ser. La carne, la vieja carne al fin, es necesaria. Desde la perspectiva de la fe, San Pablo dice:
“Es por esto que nunca nos damos por vencidos. Aunque nuestro cuerpo está muriéndose, nuestro espíritu va renovándose cada día. Pues nuestras dificultades actuales son pequeñas y no durarán mucho tiempo. Sin embargo, ¡nos producen una gloria que durará para siempre y que es de mucho más peso que las dificultades!”[3]
Al llegar al Nuevo Año optemos por la vida, por ser, aunque la carne “la vieja carne al fin” sienta su desgaste. Hay un ser interior que se renueva y que tiene como esperanza el venidero Reino de Dios.

Alberto F. Roldán
Ramos Mejía, 31 de diciembre de 2013




[1] Paul Ricoeur, La memoria, la historia y el olvido, trad. Agustín Neira, Buenos Aires: FCE, 2000, p. 62
[2] William Faulkner, Palmeras salvajes, trad. Jorge Luis Borges, Buenos Aires: Sudamericana, 1981, p. 306

[3] 2 Corintios 4.16, 17 NTV.

lunes, 23 de diciembre de 2013

EL ESCÁNDALO DE LA NAVIDAD - Alberto F. Roldán


         





Muchas veces hemos leído artículos sobre “El milagro de la Navidad”, “El mensaje de la Navidad”, “La alegría de la Navidad”. Pero quizás muy pocas veces hemos oído o leído acerca de “El escándalo de la Navidad”. Sin embargo, existe base bíblica y teológica más que suficiente para encarar este costado escandaloso del nacimiento de Jesús. Es lo que intentamos hacer en el presente artículo.
Todos entendemos, desde el testimonio bíblico y, quizás, desde la lógica más elemental, que Dios es espíritu, o sea, una entidad o persona o realidad de orden espiritual. Lo que la Navidad nos dice es que ese Dios que es, ontológicamente, espíritu, decidió hacerse carne en Jesucristo. Estas afirmaciones que sonarían a escándalo para oídos griegos, surgen del prólogo del Evangelio de Juan. En efecto, ese prólogo comienza con la afirmación: “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios.” (Jn. 1.1 RV). Juan parece remontarse al Génesis donde se afirma que “En el principio creo Dios los cielos y la tierra” (Gn. 1.1 RV).  Porque, al igual que el primer texto de la Biblia, se refiere al “principio”. Pues, en ese “principio”, en ese “génesis de todas las cosas” ya era el Verbo y el Verbo era con Dios y el Verbo era Dios. ¿Quién es el Verbo?  Se trata de la traducción que Casiodoro de Reina nos legó al verter al castellano el término griego logos por “Verbo”. No se trata del verbo como función gramatical, en cuyo caso Ricardo Arjona tendría razón cuando canta: “Jesús es Verbo no sustantivo”. Sino que se trata del término latino verbum en el sentido de “palabra”.  La secuencia sería: Logos ® Verbum ® Verbo.
Fueron los griegos quienes al observar la regularidad de las estaciones, la secuencia de noche y día, el paso de las horas, entre  otras realidades perceptibles por el humano, pensaron en un logos, “razón”, “pensamiento”, “idea”, “palabra” –que todo lo penetra-  había ordenado este cosmos para fuese cosmos (mundo ordenado) y no caos.
Juan dice que ese Logos existía ya en el comienzo de todas las cosas, que estaba con Dios y que era Dios. Hasta allí, los lectores griegos de San Juan podrían estar de acuerdo con esa afirmación. Pero cuando Juan dice en el versículo 14: “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”, ya la cosa se complicaba. Porque para los griegos, sobre todo los gnósticos, Dios, que  era espíritu puro, nunca podría tomar contacto con la carne, residencia del mal. El teólogo, William D. Davies lo explica de un modo magnífico:
“«La Palabra se hizo carne.». Esta frase, tan familiar para nosotros, hasta el punto de que ya no provoca comentario alguno, tenía que chocar contra la sensibilidad del mundo culto grecorromano del siglo I. […] La idea misma de la Palabra se había forjado para suprimir el escándalo de la carne. […] La Palabra se hizo carne en Jesús de Nazaret. ¡Pero tal cosa era imposible! Era como afirmar que el aceite y el agua pueden mezclarse o que existe un círculo cuadrado. La sentencia «la Palabra se hizo carne» era, dicho de una vez, una contradicción en sus propios términos. Para el griego o el romano cultos, todo aquello era una locura, un escándalo.”[1]



         Juan está refutando la idea de algunos gnósticos llamados “docetas”, término que viene del griego dokein que significa “parecer”. Por lo tanto, los maestros del docetismo decían que Jesús: “parece que come, parece que camina, parece que está cansado” pero no era realidad sino una pura apariencia. Inclusive, algunos de esos maestros decían que Jesús no dejaba huellas cuando caminaba sobre la arena, ya que su cuerpo tenía “apariencia de humano” pero no lo era una entidad corpórea, sino que solo se parecía a ella. Para que no queden dudas, Juan es rotundo: “El Verbo se hizo carne” (en griego: sarx). Ni siquiera suaviza su lenguaje apelando a algún eufemismo como “se humanizó”, “se hizo como nosotros”, sino que se hizo “carne”, la carne nuestra, “la vieja carne al fin”, diría William Faulkner que, si no existiera, no tendríamos memoria.  
         ¿Cuál es la reflexión teológica que surge de esta escandalosa afirmación de Juan? Entendemos que implica varias cosas. La primera, la encarnación de Dios significa que en Jesucristo, el Verbo encarnado, Dios entra decididamente en la dimensión espacio-temporal, la dimensión propia de lo humano, limitado a tiempo y al espacio. En segundo lugar, que el Verbo se haga carne significa la secularización de Dios. Como dice Gianni Vattimo: “la encarnación de Jesús (la kénõsis, el rebajarse de Dios) es, en sí misma, ante todo, un hecho arquetípico de secularización.”[2] En Jesucristo, Dios se torna vulnerable, pasible del sufrimiento y aún de la muerte, de allí el concepto, una vez más escandaloso, de “El Dios crucificado” del que habló Lutero y que más recientemente explica Jürgen Moltmann en su libro homónimo. Y, en tercer lugar, la encarnación de Dios implica que en Jesucristo la totalidad de lo que somos como humanos, en las dimensiones espirituales, psíquicas, mentales y corporales es redimida en Él. Por eso decimos en el Credo Apostólico: “Creo en la resurrección de la carne”. El estado eterno, que escapa a nuestras capacidades intelectuales, no implica un “flotar” por los siglos de los siglos en el espacio como almas desencarnadas, sino en habitar cielos nuevos y tierra nueva en cuerpos “de resurrección”, de naturaleza distinta a los cuerpos terrenales pero “cuerpos” al fin.
         En esta Navidad implique el encuentro con este Dios escandaloso que, siendo espíritu, se hace carne de nuestra carne para vivir entre nosotros. No en vano se lo llama también: Emanu-el, es decir, Dios con nosotros.

Alberto F. Roldán es doctor en teología (Isedet), Máster en ciencias sociales (Universidad de Quilmes) y, recientemente, Máster en Educación por la Universidad del Salvador con una tesis titulada: “Ética en la praxis educativa desde la hermenéutica de Paul Ricoeur” que obtuvo la máxima calificación del jurado.
Publicado por Ecupres, Prensa Ecuménica: 23 de diciembre de 2013.



[1] William D. Davies, Aproximación al Nuevo Testamento, trad. J. Valiente Malla, Madrid: Cristiandad, 1979, pp. 369-370
[2] Gianni Vattimo, Después de la cristiandad. Por un cristianismo no religioso, trad. Carmen Revilla: Buenos Aires: Paidós, 2004, p. 85

sábado, 7 de diciembre de 2013

MANDELA Y SU APUESTA AL HUMANO - por Anibal Sicardi






Al nacer recibió el gesto profético de su padre. Lo llamóProblemático. Ese es el significado de su nombre original, Rolihlahla, en la lengua de la tribu de Madiba de la cual era líder su progenitor, Henry Mgadla Mandela.
Lo mantuvo al ser bautizado en una Iglesia Metodista. No fue así cuando ingresó en la escuela. Se lo cambiaron por Nelson. El sistema educativo europeo se impuso sobre el primer niño de su clan que participaba de la educación formal.
Accedió a las circunstancias de la vida. Se quedó con ese nombre. Problemático, se acopló a las características asignadas a Nelson. Consistente. Caminante recto. Protector. Amante de lo que afirmaba. Original y cabal en el análisis de la realidad y en el proceder. Gigante para las empresas. Habilidoso para lo nuevo. Renovador para lo viejo. Los Nelson pueden ser aviadores, ingenieros, líderes, entre otras especialidades. Él optó por la de líder.
Los custodios del Apartheid no tuvieron en cuenta el origen de su nombre aunque sabían que eraproblemático. Como tal fue colocado en el grupo más bajo de la clasificación de los prisioneros. Solo podía recibir una visita y una carta cada seis meses. Consistente y original, aprovechó el tiempo de la condena para obtener su licenciatura en Derecho en la Universidad de Londres.
Pimpinela Negro lo llamaban al final de la década del 50 cuando usaba disfraces para no ser descubierto por los espías blancos del Apartheid. A inicios de los años cuarenta, Nelson se unió al Congreso Nacional Africano (CNA). Dentro de este organismo, fundó junto a otros  jóvenes La Liga de la Juventud del CNA. Representaban a los ignorados, como los campesinos y los obreros. Trabajaban contra la abolición de la segregación de los negros.
Utilizaron métodos no convencionales: huelgas; desobediencia civil; no cooperación con los procedimientos parlamentarios de la sociedad blanca. Plantearon reformas en la educación; salud pública; redistribución de las tierras; derechos sindicales.
Madiba, llamado con ese apodo por las personas que lo apreciaban, fundó el bufete de abogados Mandela & Tambo que brindaba asesoría gratuita a los negros que necesitaban representación legal.
En 1961, después de la masacre de Sharpeville, empezó a creer que la lucha armada era la única manera de lograr el cambio. Es así que conforma el comando Umkhonto we Sizwe, también conocido como MK, una rama armada del CNA. encarcelado por segunda vez en 1962.
En sus 27 años de preso pasó por distintas etapas. Cultivó una huerta. También un jardín. Y se adentró en su niñez, en los recuerdos sobre su madre metodista. En “Larga marcha hacia la libertad”, Mandela testifica que jamás olvidó esa herencia recibida de su madre y de la Iglesia a la que pertenecía. Así como que la fe cristiana y la ética social metodista influyeron profundamente sobre él. Él mismo reitera que estudió en un colegio metodista y que conservó los más gratos recuerdos de esa comunidad y de su pastor.
Repasa su trayectoria activista. Se encuentra consigo mismo. Localiza su humanidad. Pimpinela dejó de serle útil. No más caretas. Entonces fue Rolihlahla y Nelson. El Problemático y el Gigante de una gran empresa. Amó el universo humano. Se jugó por su ideal.
“Yo no tenía una creencia específica, excepto que nuestra causa era justa, era muy fuerte y que estaba ganando cada vez más y más apoyo”, se hizo cargo del programa que estaba trazado para él. Responsable de sí mismo. Descubrió el universo de la humanidad. La infinita amplitud de la humanidad.
También registró el pasado: “Mucha gente en este país ha pagado un precio antes de mí”. Visualizó el futuro: “Muchos pagarán el precio después de mí”. Clarividente sobre su interioridad: “Si yo tuviera el tiempo en mis manos haría lo mismo otra vez”. No se creía superior a otro: “Lo mismo que haría cualquier hombre que se atreva a llamarse a sí mismo un hombre”.
Desde su humanidad percibió la sociedad. El odio se aprende: “Si se aprende a odiar, también puede enseñarse a amar”; “El amor llega más naturalmente al corazón humano del contrario”; “Se trata de persuadir, no de vencer”. Enseñaba a sus compatriotas que “La raíz de todos nuestros problemas se encuentra en nuestro interior”.
Luchador por la paz. Icono contra al racismo. Paladín de la libertad. Docenas de justas adjetivaciones resuenan sobre Rolihlahl, el Problemático, Nelson el Protector. También peligrosos epitafios.
Mandela es un combo. Parcializarlo es minimizarlo, transfigurarlo, esconder su universo humano, tirar por la borda la perla de gran precio, ocultar el tesoro que Dios, la historia, nos regaló.
El legado de Mandela es apostar al humano. No es azaroso que estemos en el mes donde no pocos recordamos que Dios se hizo humano. Es la desafiante buena nueva para todos y todas.+ (PE)
(*) Periodista, director fundador de Agencia de Noticias Prensa Ecuménica Ecupres, Pastor de la Iglesia Metodista Central Bahía Blanca. 
Fuente: Ecupres 6 de diciembre de 2013