martes, 26 de noviembre de 2013

TE BUSCA Y TE NOMBRA - Por Osvaldo Mottesi







TE BUSCA Y TE NOMBRA: DIOS EN LA NARRATIVA ARGENTINA                  
Una reseña no literaria de un libro revelador                                                                                        Osvaldo l. Mottesi

Un buen amigo, el Dr. Alberto Roldán, es uno de los escritores actuales más polifacéticos que conozco en círculos cristianos. Teólogo por vocación y profesión, ha publicado ya más de 25 títulos, la mayoría en un área tan interdisciplinaria como debe ser toda buena teología orgánica, casada con la vida. Pero si investigamos en su bibliografía, que lamentablemente Alberto difunde muy poco, encontramos trabajos más que interesantes. Uno de los últimos, cuya copia autografiada me regaló en ocasión de nuestro reciente encuentro de trabajo en La Habana, Cuba, es: Te busca y te nombra. Dios en la narrativa argentina. Mar del Plata: Editorial Pronombre, 2011, 189 págs.
El libro es una joya en todas sus dimensiones. Para comenzar, es el primer tratado sobre la materia –la teología, como búsqueda de Dios, en la literatura argentina. Aunque como el mismo autor y su prologuista lo destacan, hay otros trabajos anteriores sobre teología y literatura, pero no uno como éste dedicado exclusivamente a los escritores de mi patria. El contenido, del cual solo haremos dos menciones particulares, es uno de los análisis teológicos de literatura contemporánea más lúcidos que he tenido el gusto de leer. El prólogo “Un itinerario  espiritual de la literatura argentina” es una presentación justa y rica en detalles de la pluma de Leopoldo Cervantes-Ortiz. La calidad de la publicación, a cargo de Pronombre, una editorial joven, es otro logro que invita, en esta época de pantallas electrónicas frías e impersonales, a gozar lo que diría Mario Vargas Llosa: “me causa trabajo imaginar que las tabletas electrónicas, idénticas, anodinas, intercambiables, funcionales a más no poder, puedan despertar ese placer táctil preñado de sensualidad que despiertan los libros de papel en ciertos lectores”[1]. En fin, Roldán y Pronombre nos han entregado una obra maestra para gozar el  “hedonismo escondido” en quienes amamos la lectura.
Roldán ha seleccionado lo mejor de la literatura argentina para su análisis. La misma, que como toda selección carga la impronta de quien selecciona, es justa. Y esto es su mayor logro. Para destacar lo realmente mejor, el autor se ha preocupado y ocupado en considerar la producción de quienes, a pesar de su valor,  por razones muy disímiles han sido y son ignorados o poco reconocidos. En esto, la labor de Roldán es reveladora, de implícita pero clara denuncia profética y -a la vez- de rescate de lo que las injusticias de la historia siempre producen: el ignorar genialidades humanas, permitiendo el reinado de “doña mediocridad”, mientras en el decir cantor de Enrique Santos Discépolo, “vemos llorar la Biblia junto a un calefón”.
Personalmente amo la buena literatura, pero no me considero experto en este campo, particularmente en el nivel del autor y el prologuista de la obra. ¡Zapatero, a tus zapatos! Por eso, sin entrar a analizar lo ya analizado por Roldán, iré solo a dos casos específicos que deseamos destacar, en cuanto a la mencionada labor reveladora y de rescate del autor, nada más. Y lo hacemos como quien en la misma época y contexto de los escritores en cuestión, se sintió también -en plena juventud- entre los desplazados por los poderes de turno, primero como estudiante de sociología, más tarde como pastor. Este sentido de identificación nos lleva a compartir estas notas. Después de todo, tanto la teología como la literatura son en buena parte biografía.
El capítulo 1 se dedica a Héctor Alberto Álvarez, más conocido literariamente como Héctor Álvarez Murena (1923-1975), de quien Roldán comienza afirmando: “fue una especie de voz solitaria, acaso un profeta con poca repercusión para su época”.[2] Y es verdad. Como inmediatamente lo explica y documenta el autor, a Murena lo condenó al ostracismo la ignorante administración del poder de su época. La influencia que Gino Germani ejerció en el ámbito de la Universidad de Buenos Aires entre 1955 a 1966, cuando dirigía colecciones de libros de la editorial de esa institución: EUDEBA, y difundía las corrientes funcionalistas de la sociología, ignorando las voces de la sociología crítica en aquellos tiempos. Ocurre que Murena era discípulo dilecto del gran Ezequiel Martínez Estrada, simpatizante inicial de la revolución cubana, de la cual más tarde se desilusionó. Posiblemente por eso Germani -según sus propias palabras- no había encontrado literariamente en Martínez Estrada “nada rescatable”. [3]
Aparentemente Martínez Estrada (1895-1964), el gran santafecino, profesor extraordinario de universidades en Argentina y México, director del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Casa de las Américas en La Habana, Cuba (1960-62), escritor, poeta, ensayista, crítico literario y biógrafo, con una profusa y polifacética producción, quien recibió dos veces el Premio Nacional de Literatura, por su obra poética en 1933 y por el ensayo "Radiografía de la Pampa" en 1937, quien además fue honrado dos veces como presidente de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) (1933-193 y 1942 a 1946), y presidente de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre (1957), que también fue postulado por la misma SADE al Premio Nobel de la Paz, no tenía “¡nada rescatable!” para ser publicado. Con este epitafio el entonces influyente sociólogo metido a literato, sepultó de una vez al maestro Estrada y a su brillante discípulo Murena. Roldán, al comienzo de su análisis afirma, : “Murena nos interesa sobremanera por ser -de algún modo- una voz silenciada en su tiempo, acaso porque era algo disonante con las melodías culturales que se oían por entonces en los ámbitos académicos de Buenos Aires”.[4]
El capítulo 3 lo dedica Roldán a Leopoldo Marechal con el subtítulo: “De Adán Buenosayres a El Banquete de Severo Arcángelo”. Y es aquí donde Roldán logra el clímax de su tarea, muy cristiana por justa, de rescate.  En su introducción “De la literatura a la teología. Viaje de ida y vuelta”, explica el porqué de su escogencia: “… analizo dos novelas de Leopoldo Marechal, uno de los más grandes poetas porteños. Acaso se lo ignora en algunos ámbitos por haber cometido dos pecados, uno ideológico: en 1948 adhirió al peronismo y otro religioso: en 1960 se asoció con la iglesia evangélica”.[5] Ya en el capítulo 3, el autor vuelve a reiterar “los dos pecados” de Marechal, “… un dato poco conocido y menos difundido. En rigor, se trata de dos datos de la vida de nuestro autor, uno, político, el otro, religioso. En lo político, Leopoldo Marechal adhirió al peronismo, cosa impensable en los autores de la época que, en su mayoría, militaron en filas contrarias a ese movimiento. El segundo dato, el religioso, es que Leopoldo Marechal y su esposa se asociaron a una iglesia evangélica Pentecostal ubicada en Ciudadela Norte”. [6] Roldán documenta este hecho citando publicaciones, entre otras una del destacado historiador evangélico argentino Arnoldo Canclini, a quien cita afirmando sobre Marechal: “Participó del trabajo de la congregación, dando clases en la escuela dominical. A partir de 1963 se dedicó a reuniones en su casa en la calle México (sic), en Buenos Aires. Mantuvo su fe hasta su muerte en 1970”.[7]
En su mismo obra Canclini al referirse a la muerte de Marechal destaca -como también lo cita Roldán- que en la nota necrológica publicada por el diario argentino Clarín, periódico que nunca se destacó por simpatías hacia las iglesias evangélicas, se publicó el testimonio personal del gran escritor: “Dentro de mi obra se ve muy claramente mi aceptación de Cristo como mi único y suficiente salvador y las palabras del evangelio que leo contantemente y que propongo a todos mis amigos, hasta los marxistas, como la única solución para re-solver  los problemas humanos”.[8]
Desde que lo tuve por primera vez en mis manos, este libro me impactó. Fue sin duda por su título. Alberto lo descubrió en el momento de entregármelo y lo registra al dedicarlo con su criptografía apurada: “Para mi amigo Osvaldo, un pensador orgánico que comparte la misma pasión por la teología y el tango”. Por eso, una palabra sobre el título del libro. Roldán me confesó en La Habana que le surgió de pronto, cuando canturreaba un tango mientras conducía por esa jungla de tráfico que es Buenos Aires. Pero mejor que nos lo cuente él mismo: “Una breve explicación del título: Te busca y te nombra. Obviamente, procede del inmortal tango Volver, de Carlos Gardel y Alfredo Le Pera, que data de 1934. El uso de esta expresión obedece, por un lado a mi gran afición por el tango -soy porteño- y, además, porque al fin y al cabo Dios busca a la persona humana y ésta busca a Dios, aunque a veces lo haga “errante en la sombra”. [9]
Cierro este intento de reseña no literaria con una expresión de gratitud a Alberto F. Roldán, por la calidad de su trabajo. Este no sólo expresa su conocimiento vasto y profundo de la literatura argentina y el “instinto teológico” que manifiesta en sus análisis. Está también la calidad ética de la denuncia y el rescate. Es decir, el “hacer justicia”, que según Miqueas, es conocer a Dios. ¡Gracias Alberto!










[1] Mario Vargas Llosa. La civilización del espectáculo. México: Alfaguara, 2012. 228 págs.
[2]  Alberto Roldán, Op. cit., p. 39.
[3]   Introducción a Héctor Murena. Visiones de Babel. México: Fondo de Cultura Económica, 2008,
    p.8, citado en Alberto Roldán, Op. Cit., p.55.
[4]  Ibid. p. 42.
[5]   Ibid. pp. 28-29. Quien esto escribe nunca simpatizó con el peronismo. Tan sólo cree en la libertad
   de conciencia.
[6]  Ibid.,  pp. 83-84.
[7] Arnoldo Canclini. 400 años de protestantismo evangélico. Buenos Aires: FADEAC-FIET, 2004.  
   p. 450, citado en Alberto Roldán, Op. Cit. p. 84.

[8]  Ibid. p. 97.
[9]  Ibid. p. 30.

martes, 19 de noviembre de 2013

LOS PECADOS DE CARLOS MONSIVÁIS - por ELENA PONIATOWSKA



Elena Poniatowska ha reunido sus entrevistas en varios volúmenes que, con justicia, llevan el título de Todo México. Ahora, encara a un evangelista de la ficción, Carlos Monsiváis, autor de Nuevo catecismo para indios remisos, crónicas del virreinato light y fábulas profano-religiosas que logran la feliz paradoja de ser “ferozmente anacrónicas, como todo lo reciente”.
Para la Santa Curia, Carlos Monsiváis debe ser algo así como la encarnación del demonio. “¡Vade retro Satanás!”, exclaman ante la sola mención de su nombre y los creyentes se acusan en el confesionario de la lectura de Por mi madre, bohemios como pecado mortal.

Hablo con Carlos de Dios, del Diablo y de su forma de practicar la religión a raíz de su más reciente novedad literaria. El Nuevo catecismo para indios remisos apareció en las librerías un poco antes de la Navidad de 1996 y muchos lo compraron para llevárselo a misa de gallo, pero luego, tan sólo con abrirlo en las páginas centrales, se dieron cuenta de que era más apropiado para misas negras, aquelarres y halloweens en que el invitado de honor es el macho cabrío, la damas presentes Cruela de Vil, Morticia, la madrastra de Blancanieves, Hermelinda Linda y La Paca, y los caballeros son Frankenstein, Drácula, El Tío Cosa y Roberto Madrazo Pintado, que es el que más espanta y a quien Jesusa Rodríguez llama de cariño “El Moretón”.
La primera edición del Nuevo catecismo para indios remisos, con láminas de Francisco Toledo, la hizo Siglo XXI en 1982; la segunda fue la Galería Arvil, y esta tercera, ilustrada y revisada, es una obra maestra al cuidado de Vicente Rojo que publica Era. Niño catedrático, niño sabelotodo, Monsiváis, antes que ratón de biblioteca (de la suya propia, que es vastísima) fue un niño marcado profundamente por Martín Lutero y Juan Huss. La religión que le inculcó su madre, doña Esther Monsiváis —a quien quise muchísimo, fue el protestantismo. Aunque nadie como él está más lejos de ser un fanático religioso.
¿Cuál fue tu catecismo de niño?
―De niño no tuve catecismo por no ser católica mi formación. En todo caso, habré leído alguno de esos catecismos de la Historia Patria que abundaban en las librerías de viejo. Seguramente leí resúmenes de Guillermo Prieto, y en la secundaria intenté leer el de Roa Bárcena y fracasé. Ya en preparatoria leí, no sin morbo, el del Padre Ripalda.
¿Por qué fracasaste en ese aprendizaje de los catecismos?
Porque disponía de un gran equivalente, que rehúye la idea misma de catecismo, La Biblia, leída con cierta perseverancia desde que me acuerdo. Y porque había leído novelas de la formación ejemplar, The Pilgrim’s Progress (El progreso del peregrino), de John Bunyan, 87
muy importante para mí. Pero exagero. Resumiendo, la Biblia fue la madre de todos los catecismos para mí, y el antídoto.
¿Es cierto que para ti saberte los versículos de la Biblia de memoria y recitarlos era un deporte?
No sé si exactamente un deporte, pero sí desde luego un gimnasio de la memoria. Me acuerdo perfectamente del terror cósmico que me invadió al leer en Tom Sawyer —estaría en quinto o sexto de primaria—, el episodio donde uno de los niños de la Sunday School se queda idiota luego de aprenderse cinco mil versículos de la Biblia.
¿No te hizo mucha gracia?
Sí, pero al mismo tiempo me resultaba admonitorio.
¿Era entonces tu único deporte?
No, nadaba y practicaba el atletismo por motivos seguramente derivados de las mÁximas de Benjamin Franklin. Pero la memorización me divertía, al ser un entrenamiento trasladable al plano escolar. Aún retengo muchísimos versículos de memoria y eso, en mi caso, es parte de la formación literaria; una parte estricta, porque la versión de Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera es soberbia. El Nuevo catecismo viene de allí directamente, toda proporción guardada.
Bueno, ¿cuál consideras el mejor catecismo?
No se necesita mucha audacia para descreer de los catecismos, Elena. Por eso nunca leí Categorías del Materialismo Dialéctico de Martha Harnecker; por eso la idea de ―No hay más ruta que la nuestra‖ siempre me pareció alucinante; por eso mi noción del ridículo se concreta en panfletos tipo Carlos Cuauhtémoc Sánchez o en las defensas a ultranza del mercado libre.
Háblame de tu libro.
Francisco Toledo, hombre de curiosidad inagotable, descubrió en Oaxaca un Catecismo para indios remisos, es decir, para indios renuentes a ―la verdadera religión‖, como se decía entonces. Armando Colina y Víctor Acuña compraron un juego de grabados del siglo XVIII y se lo dieron, y Toledo decidió trabajar estos temas religiosos, uniéndolos a su mitología juchiteca y poniéndole como título Nuevo catecismo para indios remisos. Me pidió nueve textos y acercándome a lo que creí el espíritu de los grabados, los hice, pero luego ya absolutamente contaminado añadí tres textos, y en una siguiente edición agregué otros diez. Y luego reescribí.
Oye Carlos, ¿y tú crees en los milagros?
De una manera sentimental, sí. Desde luego, me conmueven El milagro de Milán, la película de Vittorio de Sica, o El milagro en la calle 34, sobre la gran tienda y el verdadero Santa Claus que trabaja allí de ―Santaclós‖. Me conmueve de modo distinto Teorema de Pasolini, en última instancia el relato de un milagro libidinoso con todo y levitación. En el orden de la ficción sí creo en los milagros, y extiendo esa convicción a las creaciones del espíritu colectivo, que parecen milagrosas‖. 88
¿Te consideras un hombre religioso?
¿Qué te digo? Ni doctrinaria ni programáticamente religioso, pero en mis vínculos con la idea de justicia social, en mi apreciación de la música y de la literatura, y en mis reacciones ante la intolerancia, supongo que hay un fondo religioso. Ahora, tampoco me gusta describirme como una persona religiosa, porque la mayor parte de las veces se asocia lo religioso con el cumplimiento de una doctrina muy específica y no es mi caso, pero si lo religioso se extiende y tiene que ver con una visión del mundo, con los deberes sociales, con el sentido de trascendencia, pues sí sería religioso... Ahora que te lo dije me sentí en falta, porque ya lo que sigue es mi autocandidatura a la canonización y allí sí me detengo.
¿Nuevo catecismo para indios remisos es un libro de ficción?
Sí. Es un intento de glosar, de llevar a su consecuencia extrema la lógica de las supersticiones. En la Nueva España, por el modo en que se implantó la fe y por esa lenta asimilación de una creencia nueva en un medio tan salvajemente sometido, se produjo una cantidad enorme de supercherías, en sí mismas manicomiales. Y me atrajo la idea de llevar a sus consecuencias a fin de cuentas previsibles lo ya concebido desde la más vigorosa fantasía. Sé que es imposible contender con la fantasía desprendida de las creencias religiosas o equipararse a ella, pero el intento me absorbió un tiempo.
¿Será este tu único libro de ficción?
No tengo idea. Apenas ahora estoy aprendiendo a domesticar mis fervores pararreligiosos.
¿Tú piensas que México es un país de remisos?
No sólo yo lo pienso, con otro énfasis también lo piensan los obispos, que consideran a México un país de analfabetismo religioso y ateísmo funcional. Pero en lo tocante a remiso, en el sentido de renuente... hay una renuencia a considerar ―humanizable‖ la política, hay una renuencia gubernamental a aceptar la democracia, hay renuencia de muchos sectores a aceptar formas de convivencia civilizada. Es un país que se ha ido armando en el juego de las renuencias y en los enfrentamientos entre lo impune y lo civilizado.
¿Qué opinas de las demandas cada vez más agresivas de la Iglesia católica, que ahora participa abiertamente en política?
Es importante que los sacerdotes, los obispos, los cardenales, den su punto de vista sobre lo que está pasando. Diversifica, matiza el panorama y están en su pleno derecho. Ahora bien, lo que dicen la mayor parte de las veces me resulta triste por los conocimientos políticos que exhiben, y por el proyecto de avasallamiento. No acepto, desde luego, la pretensión de la educación religiosa en las escuelas públicas, somos una sociedad laica y debemos seguir siéndolo. No acepto su oposición tajante, cada vez más vigorosa, al control natal que ahora llaman ―supresión natal‖, porque entre los requisitos de la sobrevivencia nacional incluyo al control demográfico, y oponerse a éste en nombre de una justicia inmanente que le dará de comer a todos los niños que nazcan y les permitirá educación, desarrollo y posibilidades de empleo, es simplemente un disparate. No acepto los sojuzgamientos del cuerpo y apoyo la despenalización del aborto y las grandes campañas preventivas en el caso del SIDA y del uso del condón, y también estoy a favor de eliminar las presiones psicológicas, culturales y moraloides en contra de las minorías que legítimamente ejercen su derecho.
Extracto de una entrevista publicada por La Jornada Semanal, 23 de febrero de 1997
Incluimos esta entrevista como un doble homenaje: a Elena Poniatowska que hoy fue galardonada con el premio Cervantes y a Carlos Monsiváis, el gran escritor mexicano de origen protestante.
Ramos Mejía, 19 de noviembre de 2013