martes, 5 de junio de 2012

Un homenaje al maestro Onetti

Estuvo, como se ha dicho, dos semanas después en el atrio, al final de la misa, ofreciendo con un gesto tímido el ramo de primeras violetas que sostenía contra el pecho; estuvo allí, en el mediodía de un domingo, segregando, sin defenderse, el ridículo, rígido y tranquilo, engordando sin prisa en el interior del abrigo oscuro y entallado, indiferente, sol, abandonándose como una estatua a las miradas, a la intemperie, a los pájaros, a las palabras despectivas que nunca le repetirían en la cara. Esto fue en junio, por San Juan, cuando la hija de Petrus, Angélica Inés, estuvo viviendo unos días en Santa Marta, en cada de unos parientes, cerca de la Colonia. Juan Carlos Onetti, EL ASTILLERO, “La glorieta”, cap. I. Del llamado boom latinoamericano, el uruguayo Juan Carlos Onetti es, quizás, el menos frecuentado. Todos asocian ese boom a los nombres de Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes. Sólo quienes se dedican al oficio de la narrativa latinoamericana saben quien fue Onetti y admiran su obra. Todos ellos, han admitido la fuerte influencia del escritor americano William Faulkner, de quien Jorge L. Borges decía: “Es verosímil la afirmación de que William Faulkner es el primer novelista de nuestro tiempo.” Entre las características “copiadas” de Faulkner por los escritores latinoamericano se destacan la invención de un lugar inexistente geográficamente. Para Faulkner, “Yoknapatawpha”, para García Márquez, “Macondo”, para Onetti “Santa María”. Y, la segunda característica, es que tanto Faulkner como los latinoamericanos escriben desde un lugar de derrota y división: una tierra dividida. Con nuestra pasión intacta por reivindicar a los ignorados de la historia, en este caso literaria, ¡honor al gran maestro uruguayo! Alberto F. Roldán Ramos Mejía, 5 de junio de 2012

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