El debate sobre el matrimonio igualitario que finalmente tuvo
sanción legal en la Argentina, suscitó en su momento las más enconadas polémicas
en el ámbito de algunas iglesias evangélicas. En un artículo fuertemente
crítico de esa iniciativa, el pastor Jorge Himitian elaboró una encendida
argumentación en la cual negaba la existencia del carácter laico del Estado. En
estos días de setiembre de 2012 en que se discute en ambas cámaras del Congreso
Nacional la reforma del Código Civil, es oportuno volver a reflexionar sobre la
importancia de apostar por un Estado laico. Entre las polémicas que había suscitado el
tema del matrimonio igualitario, el pastor Jorge Himitian expresaba lo
siguiente:
El
“Estado laico” no existe. No se puede vivir en sociedad a partir de la nada. A
partir de un total vacío teológico o ideológico. Ese pretendido "Estado
Laico”, es una falacia, una irrealidad. Pues siempre subyace una idea
(ideología), o una creencia (teología), a partir de las que se establecen los
criterios o parámetros válidos para la convivencia social.[1]
Al
confrontarnos con un texto de cualquier naturaleza, el “círculo hermenéutico”
elaborado por Martín Heidegger en el campo filosófico y enriquecido luego por
la teología cristiana (Rudolf Bultmann, Gerhard Ebeling, Juan Luis Segundo,
entre otros) implica que es necesario aplicar la “sospecha”. Una sospecha que
simplemente puede ser formulada en la sencilla pregunta: “¿será así?” Una sospecha
que, para el caso que nos ocupa, es de naturaleza ideológica, filosófica y
teológica. Vamos al punto.
Negar la existencia misma del “Estado laico” es ignorar la
realidad del Estado moderno como tal. Si algo caracteriza al Estado en la
modernidad es la superación de los Estados confesionales de la Edad Media, ampliamente
dominados por las iglesias, sus confesiones y sus dogmas. Un Estado confesional
persigue a las personas por sus creencias y no admite disensos ni pluralismo.
La laicidad del Estado es un fruto que germinó en Europa. Como explica Silvio
Ferrari:
Se trata de un momento fundamental en la historia de Europa, porque
señala el alejamiento del centro de gravedad del derecho de Dios al hombre,
iniciando el proceso de secularización de los ordenamientos jurídicos, y del
centro de gravedad de la esfera pública a la privada […][2]
Durante
la Edad Media la Iglesia católica ejerció un enorme y comprehensivo dominio
sobre todas las esferas: la religión, la filosofía, la cultura, las ciencias, las
artes, la política y la economía de modo que, como dice Marramao: “la
existencia de la Iglesia, entendida como gobierno de Cristo sobre la tierra,
dominaba la esfera mundana.”[3]
Este filósofo italiano, que se ha ocupado de analizar profundamente el tema de
la secularización en Occidente, admite al interpretar a Hegel, que fue la
Reforma protestante la que abrió el acceso a una dimensión nueva, profundamente
moderna que afirma la libertad. La separación de la Iglesia y el Estado tiene
su germen en la Reforma protestante pero implicará un largo desarrollo del
pensamiento de filósofos como John Locke, Thomas Hobbes y Jean-Jacques Rousseau
entre otros. Por eso no se entiende bien cómo al mismo tiempo que niega la
existencia del Estado laico, Himitian suscriba a ese principio cuando dice: “reconocemos
y aprobamos la separación saludable entre la Iglesia y el Estado […]”[4]
Porque si no se reconoce la existencia del Estado laico o secular, separado de
la institución religiosa, prescindente en materias de fe pero respetuoso de las
creencias de sus ciudadanos, mal se puede suscribir luego al postulado de la
separación de esas esferas. De paso, sospechamos que ese postulado, tan
repetido por los evangélicos es, a veces, muy mal comprendido.
Por otra parte, el reconocimiento de
la laicidad del Estado no significa que esa realidad exista independientemente
de contenidos ideológicos y aún teológicos. Por supuesto que la concepción
misma de un Estado laico implica un largo desarrollo de ideas y de sistemas
políticos que permitan la vida armónica de los ciudadanos. Nadie pretende decir
que un Estado laico no tiene ideas que lo sustentan como tal y a partir de las
cuales se establecen normas de convivencia. La laicidad del Estado tiene como
finalidad separar las esferas política y religiosa cuya simbiosis produjo tanto
daño a las sociedades antiguas y medievales provocando guerras religiosas –una
verdadera contradicción en términos– persecuciones, ostracismos y
condenaciones. Nos guste o no, vivimos hoy en sociedades caracterizadas por el
pluralismo y que, como tales, se resisten a la uniformidad que una mayoría
quisiera imponer. Si se trata de argumentar que la mayoría de los ciudadanos
argentinos son teístas, eso no significa que el Estado deba serlo para imponer
credos religiosos o convicciones que, al ser forzadas, dejan de tener ese
carácter. El sesgo laico del Estado moderno es, como dice Habermas[5]
una condición necesaria para garantizar la libertad religiosa en un marco de
pluralismo y respeto de mayorías hacia minorías y viceversa. Pero, a su vez,
significa la neutralidad del Estado en asuntos de conciencia o de fe religiosa.
Entendemos que el carácter secular del Estado no implica que sea ni ateo, ni
agnóstico ni creyente, porque su responsabilidad no es de naturaleza religiosa sino
política. Le está asignado un carácter prescindente en materia religiosa. Lo que
sí debe garantizar es la libertad personal, de conciencia y de religión para
todos los ciudadanos. En la raíz de esta concepción está la Reforma protestante
como punto de partida y una historia posterior, sobre todo en el siglo XVII,
conducente a una secularización que, para algunos filósofos y teólogos[6]
es el espacio al que nos conduce el cristianismo ya que la “primera
secularización” se produjo cuando “el Verbo se hizo carne”. En palabras de
Vattimo: “la encarnación de Jesús […] es, en sí misma, ante todo, un hecho
arquetípico de secularización.”[7]
A modo de conclusión: negar la
existencia del Estado laico no sólo es desconocer una realidad histórica –que para
algunos creyentes resulta incómoda– sino que implica derivar en un único camino
alternativo: el Estado confesional. La historia de Occidente es pródiga en
cuanto a lo que éste modelo ha significado en términos de condenación,
persecución, ostracismo y muerte. O Estado laico o Estado confesional. Apostar
por el Estado laico significa separarlo de la Iglesia entendida como institución
religiosa. Y eso significa que cualquier otro organismo religioso debe gozar
tanto de la libertad para celebrar su culto como también de generar sus propios
recursos económicos para su funcionamiento. Si la reforma del Código Civil tiende,
como se espera, a una mayor igualdad, entonces nada mejor que superar las
desigualdades que hasta hoy se han verificado en nuestra historia. No hay
libertad sin plena igualdad.
NOTAS:
[1] Jorge Himitian, “No existe el ‘Estado laico’”. www.enmision.com.ar Accedido el 26 de mayo de 2010
2 Silvio Ferrari, “Religión y laicidad” en
Roberto Bosca – José E. Miguens (compiladores), Política y religión. Historia de una incomprensión mutua, Buenos
Aires: Lumiere, 2007, pp. 130-131
3 Giacomo Marramao, Cielo y tierra. Genealogía de la secularización, Barcelona: Paidós
Ibérica, 1998, p. 32.
4 Himitian, op.
cit.
[5] Jürgen Habermas, Entre naturismo y religión, Barcelona:
Paidós, 2006, p. 127.
[6] Pensamos en los trabajos
de Giacomo Marramao: Cielo y tierra y
Poder y secularización, Johann
Baptist Metz: Teología del mundo, Dios y
tiempo, y Harvie Cox, La ciudad secular, entre otros.
[7] Gianni Vattimo, Después de la cristiandad, Buenos Aires:
Paidós, 2004, p. 85. Es oportuno señalar el error de identificar
“secularización” con “secularismo”. Este último es un extremo del fenómeno que
implica la invasión de la secularización al campo de la fe y la religión.
El autor es doctor en teología
y master en ciencias sociales. www.teologos.com.ar
El presente artículo fue
publicado originalmente en mayo de 2010 bajo el título: “¿Estado laico o Estado
confesional”. Se ofrece ahora,
ligeramente modificado en su introducción y conclusión.
Ramos Mejía, 4 de setiembre de 2012.
No hay comentarios:
Publicar un comentario