lunes, 6 de enero de 2014

EL CAMINO DEL TEÓLOGO PROTESTANTE LATINOAMERICANO - José Míguez Bonino







            ¿Qué ocurre cuando un teólogo protestante formado en la teología occidental tradicional comienza a reflexionar y teologizar en la situación concreta de un continente como América Latina, con todas las tendencias revolucionarias y los problemas económicos que existen en los países subdesarrollados? A fin de evitar la artificial superimposición de un esquema teórico al proceso concreto, comenzaremos nuestra reflexión sobre esta pregunta a partir del itinerario habitual de un “candidato a-teólogo” en el protestantismo latinoamericano, para analizar luego las opciones que se le presentan e intentar finalmente una breve síntesis programática.
I.                   El itinerario del “candidato-a-teólogo”: el nacimiento de la conciencia crítica
Una serie de rasgos configura la actitud que el “candidato-a-teólogo” encuentra en su iglesia con respecto a la teología, sea que haya nacido (o se haya convertido) en una congregación de las iglesias libres (metodista, presbiteriana, bautista) o en una comunidad de inmigración (luterana, reformada, anglicana). El trasfondo es en ambos casos una comunidad con escasa vinculación cultural con el ambiente y en el primero con un menguado aprecio por toda actividad intelectual. La teología juega en tal situación una función fundamentalmente apologética, por oposición a una crítica. (…) Así concebida, la teología consiste en un depósito de respuestas, no en una tarea de búsqueda: el ideal del teólogo es dominar el arsenal de respuestas a fin de utilizarlo eficazmente para aquietar dudas o silenciar adversarios. La herencia de fundamentalismo y la ortodoxia protestante se une a la actitud defensiva de una minoría religiosa para fortalecer esta concepción.
            Hacer teología es repetir: se puede acumular material tras las respuestas dadas –erudición- pero fundamentalmente no hay nada nuevo que hacer. Por eso la comunidad protestante no ve razón para que sus pastores continúen el estudio teológico más allá de la preparación del seminario: “ya aprendió todo lo que necesita”. Dos consecuencias se siguen: Por una parte, la teología como sistema de respuestas se constituye en un universo autónomo, un mundo divino, acabado, final, perfectamente articulado internamente, pero incuestionable desde afuera, cerrado sobre sí mismo. Por otra parte, el uso de la Biblia –elemento fundamental al protestantismo misionero latinoamericano- se agota (en el plano teológico) en el descubrimiento y compaginación de dicta probantia, textos aislados que hallan (sic)  su coherencia en un esquema teológico pero que escapan a toda inserción histórica, sea en la propia historia bíblica o en la contemporánea. (…)
            En segundo lugar, su conciencia está marcada por la dicotomía entre su pertenencia a la comunidad de fe y a la comunidad nacional, por la percepción de estos dos ámbitos como mutuamente ajenos (e incluso antagónicos). Cuando el quehacer intelectual se le presenta como una actividad e incluso una forma de vida relevante a ambos ámbitos, no podrá menos que sentir en crisis su ubicación en la comunidad eclesiástica. Ambas formas de conflicto crearán un sentimiento de incomodidad, si no de culpa: sentirse ante la acusación externa e interna de ser estéril (“intelectual”) y claudicante (“sabiduría mundana”).
            La crisis latente se agudiza y manifiesta en el seminario. Asumiremos para nuestra descripción la institución de enseñanza teológica de nivel universitario, más o menos liberal en su actitud, con un cuerpo docente extranjero o formado teológicamente en el extranjero, al día con las discusiones teológicas contemporáneas. (La otra alternativa es el “instituto bíblico”, pero éste difícilmente forma teólogos en el sentido en que empleamos el término aquí, sino que tiende a confirmar la concepción de la teología que hemos descrito en los párrafos anteriores). (…)
            La crisis se hace así a la vez vocacional y personal. Se hizo estudiante de teología para actuar en la comunidad eclesiástica. Pero ésta lo apreciará como ministro sólo en la medida en que logre poner entre paréntesis la nueva relación con su propia fe, con la Biblia, con la iglesia y con el mundo que ha adquirido en los estudios teológicos. (…)
            Este proceso que hemos descrito nos confronta al menos con tres realidades: 1) el doloroso predicamento del teólogo que a lo largo de su itinerario ha hallado una nueva dimensión de sí mismo, ha descubierto una vocación intelectual que se ha re-encontrado con su comunidad natural humana, pero se siente escindido de su raíz religiosa y de su comunidad eclesiástica, espiritualmente incierto y sin hogar. 2) Una comunidad eclesiástica perpleja, cuyos teólogos se le tornan tanto más incomprensibles e irrelevantes cuanto más preparados y capaces. 3) Una teología interiormente en conflicto: poseída de temas y modelos ajenos a la vida cristiana de la comunidad religiosa a la que debe servir en cuanto es crítica y científica, y ajena de rigor intelectual y crítico en cuanto participa de la vida eclesiástica. (…)
Extracto de artículo de José Míguez Bonino, “El camino del teólogo protestante latinoamericano”, Cuadernos de Marcha, Nro. 29, Montevideo: Marcha, setiembre de 1969.

Este artículo lo leíamos los estudiantes del curso de "Teología latinoamericana" que dictaba en 1978 el Dr. Emilio Antonio Núñez, en el Seteca. A pesar del mucho tiempo transcurrido desde que el teólogo metodista argentino lo escribiera, nos parece importante reinsertarlo como material de discusión, para preguntarnos hasta qué punto estas agudas reflexiones son todavía una realidad en la vida de los teólogos y las teólogas de América Latina hoy, en pleno siglo XXI.
Alberto F. Roldán, coautor con David A. Roldán, del libro: José Míguez Bonino: una teología encarnada, Buenos Aires: Sagepe, 2013.

Ramos Mejía, 6 de enero de 2014

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