Tillich habla varios idiomas: el del hombre moderno y el del creyente
cristiano: el idioma del pensamiento y el del evangelio; el de la filosofía y
el de la teología. Como un intérprete avezado, pasa sin dificultad de un idioma
a otro, no sin desconcierto por parte de algunos lectores.
Tillich quiere ser intérprete. Es inclusive conscientemente apologista. Se
ha hecho intérprete para hacerle ver al hombre moderno que se puede ser
cristiano, incluso en nuestro tiempo. Puede hacerlo porque posee, y demuestra
poseer, plena comprensión de las causas que han hecho tan difícil, por no decir
imposible, que el hombre de nuestro tiempo reconozca en Jesús como el Cristo la
respuesta, a la pregunta existencial por el ultimate
concern [preocupación última] de los hombres. Estas causas residen en la
predicación de la fe y en la teología atadas a una cultura en ruinas.
Si un incrédulo pregunta qué es lo que entiende el creyente por ‘Dios’,
Tillich responde: es el fundamento del ser, the
ground of being. Si, por el contrario, un creyente pregunta que es para el
filósofo el fundamento del ser, Tillich responde: significa Dios. No se trata
aquí de una identificación lógica: Dios = fundamento del ser, como si el
creyente debiera rezar no a Dios sino al fundamento del ser. Cuando Tillich
predica, no lo hace sobre el fundamento del ser, sino sobre Dios. No se trata
de reemplazo, sino de traducción.”
W. H. Van de Pol, El final del
cristianismo convencional, trad. Adelaida Kaan de Colángelo, Buenos Aires:
Carlos Lohlé, 1969, pp. 235-236
En esta obra notable, su autor define al “cristianismo convencional” como
el cristianismo tal como fue practicado por el pueblo cristiano desde el
principio de la cristianización de Europa y que continuó, pese al golpe recibido
desde la Reforma tanto en su versión católica como protestante. Ese
cristianismo estaba unido a la imagen primitiva y precientífica del mundo.
Frente a ese fenómeno, el autor reconoce que “Las respuestas antiguas ya no
tienen validez en muchos casos” y a nadie aprovechan las respuestas
preconcebidas y autosuficientes. Está describiendo la situación del mundo a
mediados del siglo XX. La pregunta clave, entiende Van de Pol, es la pregunta
sobre Dios. Cómo plantear el tema “Dios” en esa situación. Formula, entonces,
una descripción del mundo y la sociedad, repasando los aportes de la filosofía
y de la teología, entre otros autores: Martín Heidegger, Karl Barth y Paul
Tillich. Es en ese contexto donde se hace la referencia al planteo de Tillich y
a su función como hermeneuta del cristianismo para el siglo XX. Como destaca
Van de Pol, Tillich maneja varios idiomas, sobre todo, de la filosofía y de la
teología. A veces, escribe como filósofo, otras como teólogo y otras, agrego,
como pastor luterano y capellán entre heridos y moribundos que sufrían los
estragos de la guerra. Como filósofo, Tillich se refiere a Dios como “el
fundamento del ser” en otras, como Dios. “No se trata de reemplazarlo, sino de
traducción.” Es muy cierto lo que dice Van de Pol, en el sentido de que muchos
se confunden con Tillich o no lo
entienden, sobre todo por su lenguaje filosófico. Y no faltan quienes lo
critican o lo señalan como un cripto-panteísta. Pero este desdoblamiento de
Tillich, posicionándose a veces como teólogo y en otras, como filósofo, ¿no es
lo que hizo San Pablo al predicar en Atenas a los epicúreos y a los estoicos?
(Hechos 17). Allí, en el Areópago, el apóstol hace gala de su conocimiento del
pensamiento griego y encuentra puntos de contacto entre el Evangelio y los
griegos. Inclusive, se anima a decir que el Dios al cual predica es el mismo
que ellos adoraban sin conocerlo. Y, por si eso fuera poco, cita a poetas
griegos que afirman que “en él (Dios), vivimos, nos movemos y existimos.” Ser
intérprete o hermeneuta del cristianismo exige esa flexibilidad y ese
desdoblamiento, según los auditorios a quienes estamos evangelizando. No es dar
un esquema reduccionista de cuatro o cinco puntos, sino de dar el mismo
mensaje, pero traducido según el auditorio y la cultura a la que nos estamos
dirigiendo.
Alberto F. Roldán
Ramos Mejía, 5 de julio de 2016
Gracias Alberto!! Hoy mas que nunca necesitamos traductores; animadores e intérpretes de la vida.
ResponderEliminar