lunes, 18 de marzo de 2013

El nuevo papa Francisco: esperanzas y desafíos


 

Debo confesar que el nombramiento del arzobispo Jorge Mario Bergoglio como nuevo papa  me tomó de sorpresa. Básicamente por dos razones: una, porque no figuraba en las últimas ternas de los días anteriores a su nombramiento y, segundo, porque se comentaba que en esta ocasión se nombraría a un papa joven. Además, Bergoglio ya había sido un firme candidato al pontificado romano en la anterior elección en que resultó nombrado Joseph Ratzinger como Benedicto XVI. ¿Qué significa este nombramiento del primer papa latinoamericano y, sobre todo, argentino?

Esta elección me parece que es un signo de búsqueda de cambios por parte de la Iglesia Católica Apostólica Romana. No creo que resultara tan fácil en otros contextos, arriesgarse por nombrar a un papa que no fuera europeo sino que procediera “del fin del mundo”, como bien, con fino humor, sentenció el papa Francisco. Esos vientos de cambio se evidencian, simbólicamente, en el nombre que adoptó: Francisco, que evoca sobre todo a San Francisco de Asís, el hombre que se enfrentó a la Iglesia y la instó a la pobreza y el servicio al prójimo.

Siguiendo el concepto de Paul Ricoeur en el sentido de “el símbolo da que pensar”, los gestos de Francisco I me resultaron muy significativos. No me sorprendieron porque, en ocasión de un encuentro de católicos y evangélicos en el Espíritu realizado en el Luna Park, el arzobispo Bergoglio solicitó que los pastores presentes oraran por él. De todos modos, su actitud al ser nombrado, de solicitar que antes de dar la bendición él mismo necesita ser bendecido por el pueblo, me pareció un gesto encomiable.

Desde la óptica eclesiológica, el nuevo papa puso énfasis en el concepto de la Iglesia como “pueblo de Dios”, una nomenclatura claramente bíblica y que es recuperada por el Vaticano II en su documento Lumen Gentium. Quizás un signo de salir un poco del enfoque jerárquico que siempre ha caracterizado a la Iglesia y pasar a un modelo más popular, de un papa que camina entre la gente y dialoga con su pueblo en forma directa.

¿Es este nombramiento una buena noticia? Depende de quienes la reciben. Para América Latina en general, es una buena noticia porque por primera vez en su historia hay un papa latinoamericano, lo cual sitúa a nuestro subcontinente en un lugar referencial de importancia. Para la propia Iglesia católica también es una muy buena noticia, porque Francisco I asume con la misión de fomentar la evangelización. Además, lo hace en medio de un contexto de corrupción, pedofilia y manejos turbios en el seno de la propia Iglesia, lo cual implica grandes desafíos y una labor realmente titánica. Es de esperar que el papa  Francisco, como se insinúa, recupere el espíritu del Vaticano II que, entre otras cosas, no sólo aggiornó la Iglesia católica sino que también modificó su postura hacia los protestantes llamándolos, caritativamente, “hermanos separados”. Lamentablemente, los pontificados posteriores no hicieron mucho por profundizar esa perspectiva. Pero conociendo las actitudes siempre abiertas y fraternales que Monseñor Bergoglio siempre manifestó a los protestantes y los evangélicos, es de esperar que ahora acentúe la búsqueda de unidad de los cristianos.

Es posible que, para algunos, este nombramiento no haya caído bien y sea “una mala noticia”. Es posible que para algunos sectores eclesiásticos evangélicos para quienes la salvación está exclusivamente en la Iglesia “evangélica”, este nombramiento no es buena noticia en el sentido de que, por razones lógicas, la figura y el carisma del papa Francisco  producirán un fervor católico romano que, acaso, frene el permanente drenaje de católicos hacia las filas evangélicas. No obstante, y visto con ojos ecuménicos, celebramos este nombramiento por su significado para Argentina y América Latina pero sobre todo por la puerta de esperanza de cambios para una Iglesia que clama por ellos. Porque una Iglesia católica apostólica romana más centrada en el Evangelio, más purificada y más renovada, le hará bien no sólo a sus miembros sino también al cristianismo en general y, por ende, a la sociedad.

 

Alberto F. Roldán

Doctor en teología. Máster en ciencias sociales y humanidades.

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