Debo confesar que el nombramiento del arzobispo
Jorge Mario Bergoglio como nuevo papa me
tomó de sorpresa. Básicamente por dos razones: una, porque no figuraba en las
últimas ternas de los días anteriores a su nombramiento y, segundo, porque se
comentaba que en esta ocasión se nombraría a un papa joven. Además, Bergoglio
ya había sido un firme candidato al pontificado romano en la anterior elección
en que resultó nombrado Joseph Ratzinger como Benedicto XVI. ¿Qué significa
este nombramiento del primer papa latinoamericano y, sobre todo, argentino?
Esta elección me parece que es un signo de búsqueda
de cambios por parte de la Iglesia Católica Apostólica Romana. No creo que
resultara tan fácil en otros contextos, arriesgarse por nombrar a un papa que
no fuera europeo sino que procediera “del fin del mundo”, como bien, con fino
humor, sentenció el papa Francisco. Esos vientos de cambio se evidencian,
simbólicamente, en el nombre que adoptó: Francisco, que evoca sobre todo a San
Francisco de Asís, el hombre que se enfrentó a la Iglesia y la instó a la
pobreza y el servicio al prójimo.
Siguiendo el concepto de Paul Ricoeur en el sentido
de “el símbolo da que pensar”, los gestos de Francisco I me resultaron muy
significativos. No me sorprendieron porque, en ocasión de un encuentro de
católicos y evangélicos en el Espíritu realizado en el Luna Park, el arzobispo
Bergoglio solicitó que los pastores presentes oraran por él. De todos modos, su
actitud al ser nombrado, de solicitar que antes de dar la bendición él mismo
necesita ser bendecido por el pueblo, me pareció un gesto encomiable.
Desde la óptica eclesiológica, el nuevo papa puso
énfasis en el concepto de la Iglesia como “pueblo de Dios”, una nomenclatura
claramente bíblica y que es recuperada por el Vaticano II en su documento Lumen Gentium. Quizás un signo de salir
un poco del enfoque jerárquico que siempre ha caracterizado a la Iglesia y
pasar a un modelo más popular, de un papa que camina entre la gente y dialoga
con su pueblo en forma directa.
¿Es este nombramiento una buena noticia? Depende de
quienes la reciben. Para América Latina en general, es una buena noticia porque
por primera vez en su historia hay un papa latinoamericano, lo cual sitúa a
nuestro subcontinente en un lugar referencial de importancia. Para la propia
Iglesia católica también es una muy buena noticia, porque Francisco I asume con
la misión de fomentar la evangelización. Además, lo hace en medio de un
contexto de corrupción, pedofilia y manejos turbios en el seno de la propia
Iglesia, lo cual implica grandes desafíos y una labor realmente titánica. Es de
esperar que el papa Francisco, como se
insinúa, recupere el espíritu del Vaticano II que, entre otras cosas, no sólo aggiornó la Iglesia católica sino que
también modificó su postura hacia los protestantes llamándolos,
caritativamente, “hermanos separados”. Lamentablemente, los pontificados
posteriores no hicieron mucho por profundizar esa perspectiva. Pero conociendo
las actitudes siempre abiertas y fraternales que Monseñor Bergoglio siempre manifestó
a los protestantes y los evangélicos, es de esperar que ahora acentúe la
búsqueda de unidad de los cristianos.
Es posible que, para algunos, este nombramiento no
haya caído bien y sea “una mala noticia”. Es posible que para algunos sectores
eclesiásticos evangélicos para quienes la salvación está exclusivamente en la
Iglesia “evangélica”, este nombramiento no es buena noticia en el sentido de
que, por razones lógicas, la figura y el carisma del papa Francisco producirán un fervor católico romano que,
acaso, frene el permanente drenaje de católicos hacia las filas evangélicas. No
obstante, y visto con ojos ecuménicos, celebramos este nombramiento por su
significado para Argentina y América Latina pero sobre todo por la puerta de
esperanza de cambios para una Iglesia que clama por ellos. Porque una Iglesia
católica apostólica romana más centrada en el Evangelio, más purificada y más
renovada, le hará bien no sólo a sus miembros sino también al cristianismo en
general y, por ende, a la sociedad.
Alberto
F. Roldán
Doctor
en teología. Máster en ciencias sociales y humanidades.
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