Si nos atenemos estrictamente a los gestos y a los
mensajes del papa Francisco en la Jornada Mundial de la Juventud desarrollada
en Río de Janeiro, podemos afirmar, sin titubeos, que esos mensajes fueron
plena y claramente cristocéntricos. Permanentemente habló de Jesús e instó a
los jóvenes al discipulado y a la evangelización. Usó, inteligente y
creativamente, las imágenes futbolísticas en expresiones como “ir al frente”,
“ser protagonistas” , dejar de “balconear” y “salir a la calle” para dar
testimonio del Evangelio.
Por otro lado, llamó la atención la liturgia
utilizada. Incluyó testimonios de cambios de vida, de “conversiones”, de
“milagros” y los cánticos en su gran mayoría fueron festivos y celebratorios. Estos
aspectos de la magna celebración de la misa y de la vigilia de oración, merecen
ser tenidos en cuenta por dos razones: una, porque marcan un cambio bastante
pronunciado con respecto al papado de Benedicto XVI que reivindicó el latín en
celebración de la misa y otra, muy importante, porque denotan cierta
mimetización del culto evangélico y, sobre todo, pentecostal y neopentecostal,
abundante en canciones, danza, fiesta, con testimonios de cambios de vida y llamados
a la conversión o a la consagración.
Es aquí donde habría que reflexionar profundamente.
Porque si la liturgia católica romana adopta, consciente o inconscientemente,
los rasgos propios del espectro evangelical
y, sobre todo, pentecostal y neopentecostal -adopción legítima por cierto-
ello implicaría que entonces lo que hacen esas iglesias en términos de
discurso, testimonios y liturgia no es tan malo ya que puede tornase de alguna
manera en un modelo a imitar. Lo segundo, y más inquietante, esa aparente
mimetización del culto de los evangélicos y pentecostales implicaría que la
Iglesia Católica Apostólica Romana debería revisar ciertos documentos que a la
luz de esos hechos resultan anacrónicos. Nos referimos, en particular, al Dominus Iesus elaborado por el entonces
Cardenal Ratzinger, que en su parte medular sobre la eclesiología niega el
carácter plenamente eclesial de las iglesias surgidas en la Reforma y,
naturalmente, de las iglesias evangélicas y pentecostales. Es de esperar que el
papado de Francisco que ha comenzado de modo tan auspicioso, profundice las
transformaciones que hasta ahora se han visto en el discurso y en la liturgia.
Esos cambios deberían conducir a un ecumenismo que reconozca nuestra unidad en
Cristo dentro de la diversidad en el modo de ser iglesia en un mundo atravesado
por el pluralismo y el diálogo interreligioso.
Alberto F. Roldán
Ramos Mejía, Buenos Aires, 29 de julio de 2013. Publicado también en Ecupress.
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