miércoles, 20 de septiembre de 2017

DE LA SALVACIÓN INDIVIDUAL A LA SALVACIÓN DEL PLANETA




El cristianismo siempre ha hablado de la salvación. Pero como bien preguntaba el teólogo uruguayo Juan Luis Segundo, se trata de responder a dos preguntas clave: “¿salvados de qué?” y “¿salvados para qué?”
En general, salvo honrosas excepciones, toda la historia de la teología cristiana  ha acentuado en la importancia del individuo. Eso explica dos slogans, uno católico y el otro evangelical: “salva tu alma” y “acepta a Jesús como tu único y suficiente Salvador.” El primero, implica cierto dualismo latente ya que pareciera indicar que lo importante es “el alma” y no tanto el cuerpo. El dualismo antropológico resalta lo espiritual (el alma o el espíritu) en detrimento del cuerpo. Porque lo rescatable del ser humano, lo perdurable y de allí, lo importante, es su alma. Por supuesto esto desconoce el sentido de alma en las Sagradas Escrituras que siempre apuntan a una totalidad llamada ser humano, una realidad dinámica y compleja con dimensiones espirituales, intelectuales, volitivas, corpóreas. Y, además, desconoce que el mensaje bíblico apunta a una redención completa: la redención de nuestro cuerpo.
El segundo slogan, fuertemente arraigado en el mundo llamado “evangélico” acuñó e instaló la famosa definición: “acepta a Jesús como tu único y suficiente Salvador”. Nótense dos aspectos de la fórmula: uno, que todo depende de la decisión humana sin decir nada de la acción divina en la salvación y, segundo, que acentúa a Jesús como Salvador y no como Señor. En uno de los textos acaso más importantes sobre el tema, San Pablo dice: “si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor, y crees en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo.” (Romanos 10.9 NVI). No he encontrado una crítica más certera al reduccionismo de aceptar a Jesús como Salvador personal, que la expresada POR el teólogo Harvey Cox:
“La piedad protestante ha reducido las dimensiones de la pretensión cristiana. Hemos tomado la primitiva afirmación cristiana de que ‘Jesucristo es el Señor’, una confesión que expresa la exultante amplitud superlativa y cósmica de la actitud de Dios y la hemos substituido por el diminutivo pietista de ‘acepto a Jesús como mi salvador personal’. Aunque a esta frase se aferran tenazmente aquellos que pretenden estar más cerca del testimonio bíblico, la frase misma jamás aparece en el Nuevo Testamento y por consiguiente hay muy poca justificación bíblica para ella. Reduce las pretensiones del evangelio a las dimensiones manipulables de un individualismo interiorizado.”[1]
Difícilmente este perfil individualista e intimista permita dar el paso hacia un concepto más integral de la salvación. Algunas teologías, como la reformada, por lo menos incluyen una salvación de la familia, a partir de su doctrina del pacto de gracia general de Dios que contempla y obra en los hijos de padres cristianos que, aunque bautizados, deben hacer su confirmación de fe.
¿Cuál es la razón que motiva nuestro tema? Aunque parezca tomado de los pelos, surge de lo que está aconteciendo en muchas regiones del planeta con huracanes y terremotos. El lector acaso se pregunte: ¿qué tiene que ver el tema de la salvación con los terremotos? No faltan quienes en su inocultable tendencia espiritualizante, culpan al diablo como el causante de estos desastres. Esto sucede, argumentan, porque no oramos lo suficiente como para “atar al hombre fuerte”. Sin embargo, hay otras lecturas del fenómeno acaso más plausibles. Si recordamos los relatos de Génesis 1 y 2 encontramos que Dios pone al ser humano en la tierra para ejerza dominio sobre lo creado. Sucede que el “dominio” del que habla el texto se interpretó a través de la historia como explotación considerando que los recursos naturales eran inagotables. No se entendió en términos de la mayordomía que el ser humano debía ejercer en la creación. El hombre debía cultivar y cuidar del huerto. La historia es el registro de la explotación de la creación o de la naturaleza por parte del ser humano depredador.
Y llegamos así a lo que San Pablo describe en estos términos:
“La creación aguarda con ansiedad la revelación de los hijos de Dios, porque fue sometida a la frustración. Esto no sucedió por su propia voluntad, sino por el del que así lo dispuso. Pero queda la firme esperanza de que la creación misma ha de ser liberada de la corrupción que la esclaviza, para así alcanzar la gloriosa libertad de los hijos de Dios.” (Romanos 8.19-21 NVI).
Hoy, la creación gime. Y los pueblos del Caribe y de México gimen también al asistir a desastres como el que comentamos. Esos desastres no son productos del diablo sino que ocurren por la deletérea acción humana de la sistemática destrucción del ecosistema que se verifica, por ejemplo, en la indiscriminada tala de árboles y el monocultivo, situación que es descrita por Daniel Beros en los siguientes términos:
Tanto la violencia estructural que sufre la mayor parte de la humanidad, que se expresa en explotación, marginalización y muerte, como en la creciente destrucción de los ecosistemas y de la biodiversidad de la tierra, se revela la amenaza que, si bien se percibe en forma concreta y mayoritaria en los márgenes del “sur global”, se extiende sobre el mundo y la vida en su conjunto: su completa destrucción.[2]

Los cristianos y cristianas debiéramos recordar el papel que debe desempeñar el ser humano en el mundo de Dios: no de explotación de los recursos naturales que, ya se sabe, son limitados, sino en una actitud de mayordomía responsable que privilegie la vida en todas sus expresiones antes que las políticas de muerte y destrucción las que adquieren las formas de persecución de pecadores, guerras de exterminio y explotación de la naturaleza y que muchas veces se montan en (falsos) valores del Evangelio. Es necesario crear una conciencia ecológica sobre la cual dice Howard Snyder:
“El surgimiento de la conciencia ecológica podría ser el nuevo don de Dios a la iglesia para ayudarla a descubrir las dimensiones más amplias de la verdad de que en Cristo Jesús todas las cosas encuentran coherencia. De ser así, la iglesia no precisa inventar una nueva historia ni dar por sentado que en realidad hay muchas historias igualmente válidas, sino mantenerse abierta a descubrir nuevo (sic) capítulos y episodios del gran relato de la redención en Cristo Jesús.”[3]
Sólo recuperando una dimensión ecológica de la salvación la Iglesia cristiana –en cualquiera de sus tradiciones- podrá cumplir con la missio Dei que implica pasar de una salvación puramente individual, espiritual y escapista, una salvación de un planeta seriamente amenazado.

Alberto F. Roldán
Ramos Mejía 20 de setiembre de 2017


[1] Harvey Cox, No lo dejéis a la serpiente, trad. José Luis Lana, Barcelona: Península, 1969, pp. 130-131
[2] Daniel Beros, “El límite que libera: la justicia ‘ajena’ de la cruz como poder de vida. Implicaciones teológico-antropológicas de una praxis política emancipadora” en Martín Hoffmann, Daniel Beros, Ruth Mooney, editores, Buenos Aires: Ediciones La Aurora-UBL, 2016, p. 212. Cursivas originales.
[3] Howard Snyder, Coherencia en Cristo. El sentido más amplio de la ecología, trad. Elisa Padilla, C. René Padilla, Buenos Aires: Ediciones Kairós, 2017, p. 54

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