Para entender lo que significa “fue concebido por
obra y gracia del Espíritu Santo, nació de santa María Virgen”, ante todo, se
debe intentar comprender que estas dos curiosas afirmaciones quieren decir que Dios, por libre gracia, se hizo hombre,
verdadero hombre. La Palabra eterna
se hizo carne. Éste es el milagro de la existencia de Jesucristo, este
descender de Dios de lo alto a lo bajo: el Espíritu Santo y Virgen María. Éste
es el misterio de la Navidad, el misterio de la encarnación. […] Pero además, aquí no se habla de concepción y
nacimiento en general, sino de una concepción y un nacimiento absolutamente
determinados. ¿Por qué “concepción por obra y gracia del Espíritu Santo” y por
qué “nacimiento de María Virgen? ¿Por qué este milagro especial, que se ha de
expresar con estos dos conceptos, junto al gran milagro de la Encarnación? ¿Por
qué aparece junto al misterio de la Encarnación el milagro de la Navidad? En este
punto, junto a la afirmación óntica, se pone otra noética, por decirlo así. Si
en la Encarnación nos encontramos con la realidad,
en esta Navidad nos encontramos con el signo
de dicha realidad. No se deben confundir ambas cosas. La realidad de la que
se trata en la Navidad es verdad en sí y de por sí. Pero se muestra, se
desvela, en el milagro de la Navidad.
Karl Barth, Esbozo de dogmática, trad. José Pedro
Tosaus Abadía. Santander: Sal Terrae, 2000, PP. 113-114.
Esta es una profunda y pastoral reflexión sobre el
misterio y el milagro de la Navidad. Para el teólogo reformado suizo, la
Navidad es el misterio de la encarnación, de cómo el Dios eterno, que es
esencialmente espíritu (Juan 4.24) pero decidió, por su libre gracia,
encarnarse: el Verbo fue hecho carne (Juan 1.14). No hizo una especie de
teatralización de lo humano sino que, literalmente, se hizo carne (sarx). Es el evangelista Juan quien lo
escribe rotundamente, acaso criticando de modo abierto a los docetas que
negaban la verdadera naturaleza carnal del cuerpo de Jesús de Nazaret. La
encarnación es el gran misterio y el gran milagro que celebramos en Navidad. Un
Dios encarnado, un Dios por cuyas venas corría sangre humana. No en vano,
padres de la Iglesia como Tertuliano e Ireneo se opondrán encarnizadamente
(nunca una metáfora sería tan literal) contra quienes negaban la real y
verdadera encarnación del Logos, el Verbo, la Palabra de Dios. Es en la
encarnación donde Dios se reduce al espacio-tiempo para ser uno como nosotros y
entre nosotros: el Emanuel.
Celebremos la Navidad recordando que ella es
misterio, milagro y signo del Dios-con-nosotros que en la persona humana de
Jesús de Nazaret, quiso levantar su tienda temporaria entre nosotros, sufrir
nuestros dolores, padecer hambre y sed, asociarse con los pobres, despreciados
y desclasados. Un Dios que no es inmune al sufrimiento porque Él mismo lo
padeció en su propia carne.
Bendiciones, este aporte es muy valioso.
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